Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que niños y niñas jugaban en la calle, incluso en mitad de la calle. Los días de frío salían abrigados y fresquitos los días de calor. Las madres se asomaban de cuando en cuando a controlar que todo iba bien. Además de patear la ineludible pelota, se jugaba al elástico y, sin pretenderlo, aquellos rítmicos saltos sobre la cinta elástica ayudaban a mejorar la flexibilidad y el equilibrio. Se jugaba al trompo (los varones, sobre todo) con aquella dosis de precisión que iba aumentando con la práctica. Desde que se perdió la calle como espacio de juego, la única zona de esparcimiento que les queda a los niños es el patio del recreo (media hora de lunes a viernes). De ahí que éstos hayan cambiado tan sensiblemente las maneras de pasar el tiempo y divertirse.

Como ya no se juega al elástico, todos los niños disponen de una tablet desde hace tiempo, aunque ahora la usen menos pues utilizan su propio móvil para los juegos. También todos han visto ya la última película de animación, de la docena de ellas que llevan este año. Mientras todas las niñas van disfrazándose de mujer mayor cada vez antes, todos los varones disponen de la última equipación de su equipo (oficial, por supuesto). Olvidado el elástico, ahora, en los ratos en que no pueden manejar el móvil, se dedican a darle vueltecitas a un artilugio que rota sobre tres ejes, el spinner, que parece tan "divertido" y "excitante" como lo fue el yo-yo tiempo atrás. Dicen que fue creado para evitar el estrés, pero más bien lo provoca por aburrimiento.

Podría pensarse que la infancia de la clase media occidental se ha hecho con las riendas de la voluntad de sus padres y madres. Que éstos, siempre dispuestos a satisfacer sus caprichos, están criando tiranos y lo saben, así que sienten la consecuente autoculpabilidad que conllevan estas situaciones. Pero no conviene engañarse. Ni los niños manejan los hilos del capitalismo más recalcitrante ni los padres son tan malos educadores como se les quiere hacer ver por determinados medios. Detrás de todo esto, se oculta una red de empresas que, especialistas en ilusiones infantiles, consiguen aumentar su capital gracias al negocio de la venta de juguetes, material tecnológico o películas de animación. Al mismo tiempo, se van fomentando bodas, comuniones o bautizos para que no falten ocasiones para comprar y regalar.

Se trata de crear necesidades para ganar dinero al satisfacerlas. Y todo por no poseer un buen elástico.

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