Por si alguien no había caído en la cuenta, el viernes llovió una mijita en Huelva. Desde las doce de la noche hasta el mediodía cayeron sobre la capital más de 100 litros de agua por metro cuadrado. Y se inundó media ciudad. Qué barbaridad. Hubo hasta quienes nos mojamos llevando a los niños al cole, un hecho lamentable impropio de un régimen democrático, a la vista de lo visto en las redes sociales el viernes. Porque en la tarde de hace dos días parecía que lo de menos era si el agua había causado daños en casas o cultivos, lo fundamental era culpar a alguien de que la naturaleza hubiera descargado sobre la ciudad con toda su fuerza. Acabáramos.

Sin señalar a nadie en concreto, pero con la mirada puesta principalmente en la oposición, un paseo por las redes sociales de unos y otros conducía al sonrojo. La cosa consistía en ver quién colgaba más fotos en el lugar de los hechos y quién era capaz de retrotraerse más en busca de un culpable. Será que no encontraron zahorí que les indicase dónde había un pozo. (Sólo faltó mentar a Franco y su obsesión por los pantanos).

A medida que transcurría la tarde el debate ganaba en altura y hubo hasta quienes se echaron en cara de dónde venía la nómina que cobraban, algo como se sabe muy del interés de quienes estaban achicando agua de sus casas. Poco edificante ver a una edil y a un asesor liados en semejante cloaca. (Que si tú cobras de un lado o a ti te llega la nómina de tal reparto). Sobre todo, teniendo en cuenta que mientras ellos se echan en cara el origen y legitimidad de sus respectivos estipendios en Huelva hay más de 63.000 personas que no tienen de dónde sacarlo.

Vivimos tiempos malos. Tristes, diría yo, para quienes consideramos la política como el arte de preocuparse por los demás y representar los intereses del prójimo. Cuando de un fenómeno atmosférico lo que se busca es sacar rédito por encima de cualquier otra cuestión debemos preguntarnos hacia dónde vamos. Y no es cosa solo de Huelva, que pasa en toda España. El "y tú más" embarra todo y al final lo de menos es el bienestar general. La política se dirime cada día más en la ponzoña, la cochinera y la zahúrda. Lo importante no es lo que se hace o deja de hacer. Lo fundamental es mentarle la madre al oponente, recordarle el árbol genealógico al contrario. El acuerdo es imposible y el diálogo inimaginable. Lo relevante es obtener el mayor rédito posible de cuanto acontece. Sin pararse a mirar más. Se sea gobierno, oposición o medio pensionista del acuerdo lo que pesa más hoy en día es la foto con las katiuskas recién puestas. Si llueve, truena o diluvia hay que buscar culpables o salvar inocentes. Si el fuego mata a unos bomberos, la clave no son sus familias sino el color político del gobierno. Todo sea por contribuir al circo. Todo sea por mantener vivo el espectáculo. Y luego se preguntan por qué cada día hay menos gente que cree en los partidos. Pena de país, oiga.

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