LA tecnología también contribuirá a partir de enero de 2008 a encarecer el coste de la vida, ya que quienes compren cualquier sistema o equipo que sirva para grabar, reproducir o almacenar contenidos culturales deberán pagar el denominado canon digital, concebido por los ministerios de Cultura e Industria como una compensación por los ingresos que, presuntamente, dejan de percibir los autores cada vez que alguien realiza una copia privada de su obra en lugar de adquirir una original. El nuevo impuesto o tasa -indirecto y lineal- carece de justificación porque el derecho a la copia privada estaba reconocido por la legislación antes de la aparición del canon y no se vinculaba a retribución alguna. Es ilógico obligar a pagar a todo comprador bajo la presunción de que su actuación posterior va a ser delictiva o irregular. Ello equivale a cobrar por anticipado por las posibles infracciones de tráfico a los adquirentes de vehículos en la idea de que no se podrá atrapar a todos ellos cuando supuestamente las cometan o pudieran cometerlas. Desde el punto de vista jurídico, el canon es inaceptable porque supone una criminalización de la sociedad que resulta arbitraria, ilógica e injusta. Todos debemos proteger la propiedad intelectual, pero no con gravámenes que sólo dificultan el progreso tecnológico, del que no podemos sustraernos. La propiedad intelectual, tal y como hoy la conocemos, es fruto de una determinada época tecnológica. Mozart y Beethoven no pudieron acogerse a los derechos de que hoy goza hasta el peor de los compositores. Ello sólo fue posible cuando se crearon los medios técnicos que permitían una reproducción masiva pero profesional y controlada. El problema surge cuando la técnica sigue avanzando y ya es posible una reproducción también masiva, pero ahora particular e incontrolada (pronto incontrolable). ¿Consiste la solución en detener los avances técnicos? ¿En criminalizar a toda la sociedad por si acaso? ¿En ceder, como ha hecho Zapatero, a las presiones del miedoso y sobreprotegido lobby cultural? La solución es adaptarse a los nuevos tiempos, como están haciendo ya Madonna y otros artistas que se alían con la Red y el iPod en vez de oponerse a los mismos. En pleno siglo XXI, el canon digital es como ponerle puertas al campo.

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