Más allá de la crisis

Ha habido un aumento del sobredimensionamiento de las opiniones impulsivas y del sálvese quien pueda

Se dice, con frecuencia, que las crisis son útiles porque gracias a ellas se progresa; una idea tan repetida que, sin querer, todos estamos en riesgo de impregnarnos de su contenido, tomándolo como indiscutiblemente cierto. Sabido esto, ha habido quienes han recurrido a ella para no dañar sus conciencias con sus indebidos comportamientos con otros. En realidad, esa positividad que se le atribuye depende. Es verdad que a partir de determinados trances damos saltos cualitativos que nos fortalecen y mejoran, individual y colectivamente y que con otros, sencillamente, se vuelve sin más a la situación anterior. Pero no siempre es así. Hay crisis que dejan huellas imborrables, incluso, a toda una generación, en la que sus sufrientes, como mucho, agarrados a un sentido pragmático de la vida aprenden a convivir con sus cicatrices y, en la medida de lo posible, a olvidarlas representando un simulacro de que no existen, pero que sí están, como una veladura que da su color a su presente. Pues bien, dada la proximidad del final de 2017 y cercanos a completar una década desde que se formalizó el inicio de una crisis económica, puede ser un buen ejercicio de reflexión plantearse cuál viene siendo el resultado de la misma y en qué acabará definitivamente más adelante. ¿Nos colocaremos en un escalón superior al momento previo? Y si fuera de ese modo, ¿lo sería sólo desde una perspectiva economicista o trascendería a otras esferas, como por ejemplo, la ética? O por el contrario, ¿supondrá una especie de parón provocado ante un aparentemente ineludible reajuste sin más consecuencias? ¿Dejará marcas duraderas en quienes la han padecido y padecen? No es fácil responder, pero eso no quita el que uno tenga sus sensaciones y pálpitos; eso sí, basados en detalles y anécdotas, por lo que su fundamentación es débil y habría que considerarlos a la manera de hipótesis. Hasta la fecha, el golpetazo que conllevó demoler la creencia del crecimiento ilimitado no ha conducido a un cambio de rumbo a mejor, salvo en algunas parcelas, como la mayor concienciación y lucha contra la corrupción. Sin embargo, ha aumentado notoriamente la inestabilidad e incertidumbre política y laboral, junto con un sobredimensionamiento de las opiniones impulsivas y del individualismo del sálvese quien pueda, en detrimento de la reflexión prudente, conveniente y necesaria, y del olvidado bien común. ¿Se producirá un cambio más global? Y, sobre todo, ¿hay quien o quienes puedan hacerlo? De momento, parece difícil.

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