Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El aliado flamenco

Qué mejor símbolo histórico frente a España que una alianza Flandes-Cataluña

Es común oír en este país argüir que tan nacionalistas son los independentistas catalanes o vascos como los españoles, rebajados éstos desde la condición de todo a la de mera parte con el apelativo de españolistas. Nacionalista es quien reivindica una personalidad diferenciada y la autodeterminación política y, en ese sentido, en España, de nacionalismo, poco: la nación española cuenta con uno de los estados más viejos del mundo. La otra acepción es sentimental: el nacionalista gime de amor por la tierra suya, y los aderezos en forma de himnos, leyendas y mitos, banderas al viento y agravios históricos más o menos prefabricados provocan repentinas erecciones del vello, lagrimones cual uvas de moscatel y emisión de gallitos. En este rubro sí hay nacionalismo español, desde luego, pero reconozcamos que su repertorio de ingredientes, esencias y, al cabo, la pura edad está en clara desventaja frente a un nacionalismo catalán repleto de cohortes de niños y jóvenes que no son españoles, sino antiespañoles. Es un combate desigual. Para más inri, cierto nacionalismo español sigue marcado con tics franquistas, lo cual provoca el rechazo de "lo español" por muchos españoles. Llámenlo abuso de unos; llámenlo complejo de otros.

De lo que no cabe duda es de la mayor eficacia táctica y estratégica de quienes cuentan con un credo esencial bien definido y sin fisuras, que comparten, en este embarque histórico, gente tan distinta como la anarquista Anna Gabriel, el rojo religioso Oriol Junqueras o el alto burgués Artur Mas: saben perfectamente lo que son y lo que no son. El bien superior, el Estado catalán, no admite vacilaciones. Un ejemplo de esta consistencia es la huida a Bélgica de Puigdemont y un ramillete de pretorianos, locos por adquirir la condición de exiliado o, mejor, de refugiado político. Nada menos que en Flandes, otro territorio mancillado, esquilmado y oprimido por el soez imperio español. No hay casualidad. No sólo por el simbolismo -básico en la formación del espíritu nacional-, sino porque la zona flamenca de Bélgica tiene mucho en común con Cataluña: rica y sin estímulo para convivir más con los valones en decadencia, y sometida -pueden reírse nasalmente- por franceses o, en el caso catalán, españoles. Si conocen a flamencos belgas nacionalistas, sabrán de lo exacerbado de su ideario. Y de cómo el duque de Alba y los famosos tercios imperiales todavía contaminan la forma en que ven a los españoles (los no catalanes). ¿A dónde con más pegada iba a Puigdemont a escenificar el nuevo acto teatral en curso?

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