Un aire mefítico

Vuelve la doncella de Orleans y el odiado cosmopolitismo es sinónimo de traición a la patria amenazada

Asociado a las luces, los enciclopedistas o los derechos del hombre y el ciudadano, muy pronto reclamados para la mujer por la brava Olympe de Gouges, el nombre de Francia ocupa un alto lugar en la historia de las ideas emancipadoras, pero la causa de la libertad que los naturales del país han abanderado con razonable orgullo, casi como parte de su código genético, ha convivido desde los días de la Ilustración con una poderosa corriente reaccionaria. Brillante en el plano intelectual, esa tradición ha sido desastrosa en el orden político donde la impugnación de la modernidad, que desarrollada en los libros puede transmitir un tono de elegante nostalgia, se ha traducido en cerrilidad, intransigencia y autoritarismo. Tales excesos son igualmente atribuibles a los herederos de Robespierre, pero se caracterizan en el caso de aquella por un estilo y un vocabulario -por un aire mefítico- perfectamente identificable.

Más que a los fascismos, las consignas y el imaginario del partido que según dicen los sondeos tiene opciones reales de lograr la presidencia de la República -una perspectiva ciertamente aterradora, pero cada vez menos inconcebible- remiten a los valores nacionales pregonados por el ignominioso régimen de Vichy, tan sin pudor reconocido por el padre de la candidata. La ciudad balneario designa un periodo maldito y en buena medida silenciado, pero no puede ignorarse el hecho, documentado por los historiadores, de que el anciano Mariscal contó con un apoyo popular considerable en los comienzos de la Ocupación alemana. Del mismo modo que en España, la base social que respaldaba o aplaudía al presunto salvador de la nación era muy amplia e iba mucho más allá de los caciques locales o las llamadas fuerzas vivas.

El repliegue a las supuestas esencias y el discurso que apelaba al honor, a la tierra, a la sangre estaban en el humus del que surgió la revolución conservadora. No fueron nuestros vecinos los únicos en sucumbir al maridaje explosivo entre el tradicionalismo y la exaltación de un nuevo orden, pero la persistencia del ideario de Vichy -travail, famille, patrie era el lema del Estado de Pétain- demuestra que esa Francia profunda no ha desaparecido. El culto de la juventud, el miedo a la contaminación extranjera o el elogio de la vida agraria se inscriben ahora en el argumentario antiglobalización que han hecho suyo, como entonces, muchos desencantados de la izquierda. Vuelve la doncella de Orleans y el odiado cosmopolitismo, que en otro tiempo designaba eufemísticamente a los judíos, es sinónimo de traición a la patria amenazada.

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