opinión

Paco / Guerrero /

Otro adiós forzado, otro amigo

EL adiós a Pedro Macías fue ayer multitudinario. En realidad no podía ser otro el rédito de una vida donde la persona y el personaje se fundieron tanto que después de conocerlos a ambos, sólo así podía ser o, al menos, así lo entendemos quienes en alguna ocasión de la vida -y en mi caso fueron muchas- siempre lo encontramos en la ayuda necesaria. Porque si Pedro Macías, al margen de su actividad y representación comercial, fue algo en la vida es que fue taurino.

Taurino como aficionado práctico; taurino, como padre de un muchacho educado al que después de mucho tiempo uno sigue saludando con el agrado y el afecto que seguramente siempre le debía tener a su padre y con el tiempo se ganó él.

Y como taurino, también, al lado, inseparable siempre de Miguel Báez Espuny, ya fuera en Peñalosa o cualquier acto que se sirviera tener presente al maestro.

Sin saberlo, le saludé por última vez en Palos, con motivo de la entrega del homenaje al maestro y en la impronta del saludo me volvió a llegar el agradecimiento por haberle nombrado dentro de la vida de su amigo Litri.

Uno de esos momentos donde la emotividad no se ve, pero cuando llega este momento se recuerda, porque ahí estuvieron los ojos humedecidos de un hombre para decirte: gracias.

Tuvo que ser en Higuera donde me encontrara en la tesitura de que la vida me quitara un amigo más de esto del toro.

Coincidencia o destino, pero al fin, territorio donde Pedro fue vasallo leal de las ilusiones de un cura llamado Girón y de una casa, que fue la suya también, de apellido Litri, a cuyo patriarca, más que a nadie, se le ha ido un amigo. Un fiel amigo.

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