Se acabó el circo belga

La orden de busca y captura dio gas a la función circense de Puigdemont. Su anulación desmonta la tramoya

Un juez del Supremo ha decidido anular la euroorden de busca y captura contra el pintoresco fugitivo Puigdemont. Eso reduce el circo de Bruselas del ex president, de ahí su profundo disgusto. Se agota el espectáculo de llegadas y salidas a la Fiscalía o al Palacio de Justicia, merman sus apariciones ante la prensa internacional. Asunto al margen de lo que uno piense de la Justicia belga, tan tolerante con los pretendidos movimientos de liberación nacional hasta el punto de obstaculizar durante años la extradición de etarras a España. El exiliado de pacotilla está en el mismo paquete. A esos jueces flamencos se les podría atribuir la doctrina Pacheco perfectamente.

Dicen que el juez Llarena ha rectificado la decisión de la magistrada de la Audiencia Nacional para evitar una extradición condicionada. Los abogados del fugado trataban de impedir que se juzgase en España al jefe de los sublevados por alguno de los cinco delitos de los que se le acusa: rebelión, sedición, malversación, prevaricación y desobediencia. Tengo otra teoría, y me disculpo por la autocita, que escribí aquí el 5 de noviembre: "Si la juez Lamela hubiese querido castigar duramente a Puigdemont, lo habría ignorado; como si no existiera. Para que preguntara por las comisarías belgas si alguien le buscaba y le dijesen que no". La euroorden le dio gas a la función circense. Su anulación desmonta la tramoya.

Pero el circo interno continúa en Cataluña. ¿Qué van a hacer ustedes si gobiernan?, preguntó Jordi Évole el domingo en Salvados a Marta Rovira (ERC), presunta próxima presidenta de la Generalitat. "Seguir con el buen gobierno", contestó ella con cierto apuro. El moderno nacionalismo hace tiempo que perdió el pedal y anda desnortado dando bandazos. Rovira, último producto de la cantera soberanista, engaña con su actitud de estar siempre al borde del llanto. Puede que sea una pose, pero desde luego no estamos ante una estadista sino ante una iluminada. Hemos pasado de la cínica altanería de Jordi Pujol (1930), a la inconsistencia insolente de Artur Mas (1956) huyendo del 3%, y de ahí a las atormentadas dudas de Carles Puigdemont (1962) o las melodramáticas soflamas de Marta Rovira (1977). Vamos de mal en peor.

Por cierto, en el debate de Salvados entre las mujeres que aspiran a presidir la Generalitat, Inés Arrimadas (Cs) estuvo mejor que Marta Rovira: más carácter e información, y mayor profundidad. La listeza soberanista parece que acabó con el Padrino.

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