HUBO quien quiso reinventar los resultados del 9-M porque no le gustaron. Apostaron tan fuerte por la derrota de Zapatero que se pusieron una venda en los ojos para no ver la verdad esencial de las urnas: que Zapatero ganó las elecciones, aunque perdiera algunos diputados, y que Rajoy las perdió, aunque ganara unos cuantos.

Ha tardado poco tiempo en desvelarse la inutilidad de la venda. Apenas un mes después de las elecciones, Rajoy está seriamente cuestionado por los suyos tras haber fracasado dos veces consecutivas y Zapatero se dispone a ser investido, también por segunda vez, presidente del Gobierno de España.

Y lo hará en mejores condiciones que en 2004, salvo por los negros nubarrones que se ciernen sobre la economía nacional (bueno, más que cernirse, ya los tenemos en todo lo alto). Básicamente, porque ha aprendido de los errores de su primer mandato. La intuición y las encuestas le habían puesto sobre aviso de que los ciudadanos estaban muy en desacuerdo con el proceso de paz con ETA y con el debate territorial urgido por los nacionalismos ricos y las concesiones subsiguientes, y le condujeron a variar el rumbo en los últimos meses de la legislatura pasada.

Ahora no está dispuesto a tropezar de nuevo en las mismas piedras. Sabe que su mayoría parlamentaria insuficiente le obligará más adelante a buscar pactos más o menos estables con CiU y/o PNV y a ceder en sus reivindicaciones, pero ha optado por superar la investidura en segunda vuelta -con sus solos votos- para desterrar la imagen de dependencia de los nacionalistas que tanto daño le ha hecho. Es listo: lograr ahora algunos votos más no le hará políticamente más fuerte, sino lo contrario. La suma aritmética sería, en este caso, resta política.

Con respecto a la lucha antiterrorista, tres cuartos de lo mismo. Se había asomado al abismo, como ha confesado el presidente del PS vasco, Jesús Eguiguren -su hombre de confianza en los contactos con ETA-, no por haber negociado con una banda terrorista, sino por haber dejado la puerta abierta cuando ya constaba que la banda terrorista no iba a aceptar la única negociación aceptable para el Estado democrático: la entrega de las armas y la suerte de los etarras presos. Incluso volvió a matar para dejarlo claro, aunque Zapatero no quiso enterarse. Ante la nueva legislatura todo indica que ha asumido el error -grave error- y vuelve a establecer como base de un amplio consenso antiterrorista la exclusión de cualquier diálogo con ETA.

Si por vicisitudes de la vida ZP obviara este compromiso, no es que se asomaría de nuevo al abismo. Se despeñaría por él y, por lo que se refiere a su papel histórico, para siempre.

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