Vuelve a casa, vuelve. Qué gran eslogan, de ésos que sobrepasan el propósito del creativo de la mercadotecnia y pasan a formar parte del inventario de sentimientos compartidos de un país. En una España que dejó atrás una posguerra pero aún penaba el daño y el fracaso colectivo que simboliza la emigración, un espíritu de juventud igual de hacendosa pero más formada y esbelta vuelve a casa por Navidad, ya sin la pena renegrida de la copla de Juanito Valderrama. Así nos lo recordaba y aún recuerda el anuncio televisivo de turrones El Almendro. Con un jingle que todos cantaríamos en la íntima memoria, para siempre sin perder tono ni compás, a pesar de que uno haya tenido que ir al buscador para recordar la marca anunciante: eso es hacer patria del estímulo comercial. España ha convivido con ese anuncio, revisitado cada año, y hay que ser un zoquete y un cacho carne para no sentir un pellizco nostálgico y, sí, de ocasión, por la infancia nuestra y la de quienes, quizá hijos o más allá, la ostentan hoy. Por el recuerdo de quienes nos criaron y amaron sin condiciones y nos apuntalaron el sentimiento de pertenencia en estas fiestas, que cada año vuelven, en una estación que el comercio no alcanza a matar, sino que lo rodea como una capa de futilidad que cada uno apaña como puede. Por la presencia del Niño que renace, a quien creyentes y no creyentes tenemos la oportunidad de sentir, y hacer sentir a los pequeños.

Los emigrantes de aquellos años sepia pasaron a ser muchachos que navegan el mundo y timonean sus vidas con sonrisas ya acompañadas por mejores dentaduras, con las seguridades que le otorgaron unos padres que hicieron de la abnegación un proyecto de porvenir de sus cachorros. Ahora vuelven a casa, vuelven por Navidad, los herederos de una historia que transita entre generaciones. Un retorno agridulce; es la Navidad la más dulce y amarga de las ocasiones señaladas. Los jóvenes nuestros, sobradamente preparados, vuelven en estos días de Londres, de algún sitio occidental con rumbo y empleo decente, o de una Asia promisoria. Formamos aquí a buenos profesionales para que vuelvan por Navidad. Aquí no hay sitio para su capacidad de dar réditos a la sociedad y a sus propias expectativas. Es una dolorosa paradoja. Ojalá que un círculo virtuoso devuelva a su casa a las hornadas criadas en un mundo que parecía dejar atrás al enjuto español que, sin remedio, se marchaba a ciudades extrañas. Pero que vuelvan, y así podamos todos abrazarnos. Y comamos juntos un poco de turrón y nos regalemos la presencia.

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