Políticamente incorrecto

Francisco Revuelta

Vivencias de urbanita

Me gustan las mañanas de esos dos días del año en las que la rutina se quiebra, por lo menos, durante algunas horas. No es posible gastar porque los comercios están cerrados, no puedes leer tus periódicos habituales porque no se han editado, no se te ocurre llamar a nadie porque cabe la posibilidad de que se haya acostado tarde y no te impones ningún horario porque total para qué. Me refiero a las de los días 25 de diciembre y 1 de enero. Por mor de lo que todos sabemos, se percibe como una especie del día después de una batalla, de esa que muchos emprenden en busca de una felicidad no bien definida pero que anhelan, a pesar de su imprecisión. No es momento de prisas -ya vendrán en breve-, sino de que se haga realidad aquello de que detrás de la tormenta viene la calma. Hay un cierto silencio, sólo interrumpido en determinados lugares por unas irreverentes campanadas, procedentes de iglesias o comunidades religiosas, hacia lo común o mundano, como es el dormir porque te da la gana, el dormirla, con todas las connotaciones que tiene esta expresión, o el encontrarte por unos instantes abandonado a ti mismo, sin que te interrumpan y molesten en ese viaje escasamente practicado pero tan necesario de vez en cuando.

Esta aproximada interrupción de la actividad normal es positiva, humanamente hablando, si se sabe aprovechar y más en estas fechas donde hay tanto maquillaje moral y de buenas intenciones, se identifica el goce de la vida prioritariamente con la diversión y con la adquisición de productos y se derrocha con profusión. Te da la oportunidad de tomar conciencia de lo que somos, de mirarnos hacia dentro y de considerar otras realidades que has conocido, conoces o conocerás, como son las de aquellos que no pueden alterar su rutina porque, vitalmente, se la juegan o porque de ellos dependen otros, ya sea profesional o personalmente, o como son las de quienes padecen el sufrimiento o la injusticia o están sumergidos en la desesperanza. En una época en la que tanto se habla de solidaridad, ésta sólo surge de verdad cuando se experimentan los contrastes y se concretan los extremos que definen lo cotidiano y, para ello, no queda más remedio que hacer alguna parada.

Es probable que las palabras que acabo de decir puedan interpretarse como las propias de un urbanita inmerso con frecuencia en la urgencia de tiempo y en la sobrecarga laboral que, si no tuviera su cierta dosis de adicción al trabajo, tal vez no vería nada de especial en esas mañanas y sí en las noches anteriores, cuando todo bulle e, incluso, muchos justifican los excesos. Tal vez sea así, pero cada cual tiene sus vivencias y, en este caso, me he permitido compartirlas con ustedes. Muchas gracias.

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