Victorino

En España se ha cometido un asesinato por llevar unos tirantes con los colores de la bandera

Esta mañana un anciano ha puesto mi vida en peligro; bueno, la suya y la mía. Y todo en un sitio tan poco heroico como la parada del autobús. Guardaba rigurosa cola con el ánimo vivo de llegar pronto a casa. Fue entonces cuando llegaron ellos. Me refiero a la pareja de ancianos, muy ancianos, muy renqueantes y cogidos del brazo uno del otro, como a mí me gusta verlos y si es de la mano aún más. No hablaban, a esas edades está casi todo dicho y casi no queda más que repetir. No hace falta, en ese tiempo de la vida apenas se necesitan las palabras, se agradecen más los gestos, las miradas, los contactos. Pensando esto caigo en la cuenta de que el anciano llevaba calada una gorra con los colores de la bandera de España bien visibles. Este hombre está en peligro de muerte, me dije, puede ser asesinado en cualquier momento. Y como venga alguien a por él voy a tener que defenderlo y lo mismo me lleva a mí también por delante. Igual se nos presenta un grupo de matones, viles y cobardes, y alevosamente por detrás le asestan a este hombre un trancazo en la cabeza con una barra de hierro y lo mandan a la presencia de Dios. Y yo detrás por defenderlo. Ambos seríamos unos fachas indignos de vivir a los ojos de esta escoria asesina que siempre ataca en grupo, como los lobos, con perdón de los lobos. Simple y únicamente nos quitarían de en medio por lucir la bandera de tu patria. No hay un solo país en el mundo en el que esto ocurra. Esta originalidad española, entre miles de millones de habitantes del planeta Tierra, nos debería llevar, por sí sola, a una honda reflexión y respuesta.

En España se ha cometido un asesinato de un ciudadano, Victorino Laínez, por llevar unos tirantes con los colores de la bandera nacional. Y la respuesta ha sido en general repugnante por corta y endeble. Mucho me temo que pagaremos esta cobardía. El día después del asesinato el Congreso de los Diputados se reunía en sesión ordinaria, en la anterior sesión habían estado debatiendo sobre la sensibilidad de los perros. Ni una sola palabra. No había pasado nada. Hasta que se levantó el diputado Sr. Girauta y habló. Las cadenas de televisión o no mencionaban el asesinato o lo hacían como si estuviesen explicando una receta de cocina, con el mismo énfasis y dedicación. Estamos, creo, ante un suceso de una trascendencia impredecible. Se ha abierto la puerta de chiqueros de la acción-reacción y nadie se da por aludido. ¿Hay que recordar lo que pasó la última vez que se instaló esa espiral? O la respuesta es contundente y unánime o el abismo estará golpeando nuestras puertas a no más tardar.

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