Visiones desde el Sur

Universos propios

El contacto con la letra impresa no sería posible sin esos amanuenses que se dieron en llamar editores

El universo de los libros es un lugar afortunadamente proclive a los excesos. Todo lo que pueda imaginarse está contenido en los mismos. Nada se le escapa y cabe tanto lo real como lo ficticio. Por él transitan rijosos nabokovianos, quijotes cervantinos, vates baudelaireanos, deslenguados bukowskianos, políglotas cortazarianos, buscadores proustianos, laberínticos borgeanos, pensadores heraclitonianos… en fin, una troupe nada aconsejable para la gente de orden.

Las personas que peregrinan por ese cuasi infinito imaginario llevan inoculadas la adición a la lectura, amén de otras alteraciones paralelas o complementarias que convierten a las mismas en elementos extraños, raros incluso, amantes todos como son de las artes en general y de la literatura en particular. Podríamos definirlas como una suerte de mano negra que los aglutina en espacios propios…, que les rima el cadencioso paso, les pinta en los labios una monomaníaca sonrisa o les hace adorar a las palabras tal como otros idolatran el poder o los signos zodiacales.

Giovanni Papini decía: "Nunca he querido volver a leer aquellos cinco o seis libros que me gustaron hasta la locura en mi primerísima juventud: tengo miedo de perderlos para siempre"; lo cual no deja de ser un síntoma más del extravío de esta gleba.

A pesar de lo obvio, los partidarios del libro persisten… condenados como están de por vida a cargar con el sudario de la adhesión a las letras como una religión de la que no pueden apostatar.

Es claro que, desde que el loco de Gutenberg inventase un artilugio, que dio en denominar imprenta, han nacido infinidad de portentos que a ningún lado llevan y enredan más que clarifican las ideas. Pero, el sacerdocio que tal acción trajo aparejado, ha superado los límites de lo razonable y hoy, sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que no hay lugar -ni hogar- en el mundo que no contenga algún elemento en formato libro.

El contacto con la letra impresa no sería posible sin esos amanuenses que se dieron en llamar editores. El tiempo, sin embargo, ha hecho posible la concentración del negocio editorial en manos de unos cuantos mercaderes. Las grandes editoriales son como el pensamiento único en política, o sea, para entendernos, la dictadura impuesta por quienes controlan el negocio de la distribución de los libros; algo así como el canon universal de lo que debe o no leerse. Y no es así, no. De la tal cosa hay que huir como de la peste bubónica.

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