Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

En Turquía

El independentismo asume la convicción de que sí hay un 'status' político que importa más que la vida de la gente

La Justicia que ha procurado la detención de Puigdemont en Alemania, a treinta kilómetros de la frontera danesa, también tiene algo de poética, aunque sea porque Alemania es el país con mayor población de origen turco de la UE. Después de que ayer cundiera la noticia, estuve perdiendo el tiempo con las redes sociales por si algún líder nacionalista comparaba al Estado alemán con el régimen de Erdogan, pero no hubo suerte, como no la hubo cuando la liga de fútbol inglesa sancionó a Guardiola por lucir su lacito. Muy a pesar de la consecuente manifestación convocada por la ANC, creo que lo que más escuece a los independentistas es que el curso de los acontecimientos les ha arrebatado la posibilidad de volver a ciscarse en la muy fascista España, más que nada porque, si acabara sentado en un banquillo germano, Puigdemont habría de enfrentarse a penas más duras que las que contempla la legislación española. Así que igual hay que aceptar, ¡mecachis!, que España es un Estado fascista en la misma medida en la que lo son todos los demás estados europeos, Turquía aparte. Y que el hecho de que gobierne Rajoy es una cuestión transitoria que, afortunadamente, no afecta a la convivencia salvo que, como es el caso, alguien ponga todo su empeño en que así suceda. Las urnas no dictan nada definitivo. Y menos mal.

Porque incluso quienes en algún momento vimos como opción posible un referéndum legal de autodeterminación en Cataluña, siempre que se dieran las condiciones de madurez suficientes (de acuerdo, aquello era pedir peras al olmo), no podemos evitar hoy un cierto suspiro de alivio al conocer que quienes pretendieron desestabilizar el Estado, sin hacer ascos a la violencia (es decir, creando el clima favorable para una guerra civil) mientras mareaban la perdiz con un referéndum que no supieron ganarse por derecho propio, tendrán que rendir cuentas ante, sí, la justicia. Porque igual hay que recordar que no hay ideología, nación, frontera ni credo que justifiquen la vulneración de la seguridad y los derechos de las personas. Es tan fácil como eso. El independentismo catalán ha significado un berrinche tardoburgués precisamente contra esta evidencia, con la convicción de que sí hay un determinado status político que importa más que la vida de la gente. De modo que, si el juez lo considera así, están bien donde están. Y ahora, a esperar que la Justicia se pronuncie.

Cabe preguntarse qué hará esa izquierda que se jugó todo o nada a favor de esta burguesía mediocre y que nos ha abonado el campo a largos años de Gobierno del PP y Ciudadanos. Con su kebab se lo coman.

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