Sé que además del consabido turismo de la naturaleza, cultural o de salud, existe el enológico o el gastronómico y otros. Confieso que sé poco del industrial, ése que convierte las infraestructuras en objeto de visita dándoles valor. La FOE y la Universidad acaban de firmar un Manifiesto en defensa del turismo industrial para fomentar el conocimiento de la historia de Huelva "a través de sus oficios tradicionales, su forma de vida, su patrimonio material e inmaterial, así como de sus prácticas e innovaciones actuales". En este sentido, se propone desde organizar visitas a bodegas, secaderos de jamón, fábricas de salazones o de mosaicos hidráulicos, hasta participar en subastas de pescado o en la producción del aceite de oliva. Se parte de que las variadas producciones y tradiciones de la provincia permanecen desconocidas para los propios onubenses pero, sobre todo, parece un inestimable recurso para combatir ese turismo estacional del que tanto se quejan los profesionales del sector.

Corresponde felicitar a los numerosos firmantes del Manifiesto aunque sea inevitable que surja la duda acerca de su finalidad. El conocer la historia de Huelva, de una manera participativa, debe ser un valor en sí mismo para llegar a comprender nuestro pasado. Estemos atentos entonces, porque si lo que ahora se llama turismo industrial, lo único que pretende es conseguir capital, se enturbiará la idea romántica de acercarse al ayer para poder entender el presente. Si el empeño es valorar solamente lo que proporciona un beneficio tangible; si la idea es fomentar sólo las infraestructuras que generen ganancias; si se convierte a los trabajadores de la piel en Valverde en agentes turísticos… mal vamos. Esta provincia, colmada de artesanos, amante de sus tradiciones y defensora de sus ritos milenarios se convertiría en una especie de cajero automático o en una artista ambulante que baila en las calles al son de lo que el público paga.

En plena orgía de utilitarismo, nada, ni siquiera el turismo debiera relegar el valor de la belleza por la belleza o la cultura por cultura, aunque no proporcione alguna utilidad pública u objetiva. No, todo lo que produce dinero no vale. No todo lo que vale es útil. Y se llegó a la esclavitud del utilitarismo, ya sea por las prisas, ya sea por el déficit de la filosofía en los planes de estudio para enseñarnos a pensar, que debería recordarse a Montaigne al afirmar que "lo que nos hace felices no es el poseer, sino el gozar".

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