Visiones desde el Sur

Tributos

¿Merece la pena pagar tantos tributos siendo la vida tan corta? Contéstese a placer. Nadie le oirá

Todo el que escribe, el que crea en sentido amplio si lo desean, está más cerca de la locura que de la cordura. La cordura, en sentido estricto, es una red que impone la comunidad para que de ella no salga más de lo que está permitido por los que asumen el poder, ya sea este de origen democrático o, en su caso, dictatorial, pasando por toda la gama existente entre ambos términos. Por tanto, nuestra libertad individual y colectiva depende del modelo de sociedad en que nos desarrollemos.

Pensar -con autonomía- nunca fue fácil. Entre otras causas porque el proceso de aculturación que trae consigo nacer en un lugar u otro del planeta, nos predispone a dar por sentado, a aceptar una serie de elementos consuetudinarios basados en la tradición de cada pueblo y que nos hacen ser de una determinada forma y por ende, enfocar los problemas desde perspectivas que pueden ser diametralmente opuestas a las de otro país cualquiera, sólo y exclusivamente en función de nuestro origen.

Y esto, que a algún lector le puede parecer una perogrullada, tiene un calado político social demasiado profundo como para tomárselo a broma. Porque ya no se trata de lo que uno aprenda, que puede y quizás sea, o mejor dicho debiera ser similar a todos, sino de la rigurosa imposición de los usos y costumbres del lugar… de los hábitos y los ritos que transcienden de una generación a otra y ocupan todos los ámbitos que uno pueda imaginarse.

En realidad, a pocas personas se les permite ser independientes en sus manifestaciones; a excepción quizás de los genios, los extravagantes y los locos, y siempre que no hagan mucho ruido ni les dé por montar algarabías reivindicatorias de tipo alguno.

Lo malo de este galimatías es que entre ser una uva del racimo o un eslabón de la cadena, hay quienes prefieren -pocos, es cierto- dar rienda suelta a sus pensamientos poniendo negro sobre blanco cuanto les parece oportuno, esgrimiendo ni más ni menos el estar amparado por la libertad de expresión; y aquí, justo aquí, es cuando la hemos liado.

Porque las ataduras a nuestra libre exposición nos las impone en realidad el miedo y no otra cosa alguna: la censura en sus mil infinitas formas: el castigo que nos vendrá impuesto.

De ahí nace que se coarte la palabra, que se atempere el verbo, que se adapte el discurso a lo socialmente correcto. Y la pregunta es obvia: ¿Merece la pena pagar tantos tributos siendo la vida tan corta?

Contéstese a placer. Nadie le oirá.

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