U NA de las pesadillas recurrentes de cualquiera que haya estudiado algo es esa en la que te llaman para decirte que no tienes el título porque hay alguna asignatura que no aprobaste. La angustia que provoca este sueño es considerable, toda vez que a medida que pasan los años a uno le da más pavor eso de tener que volver a las aulas (a estudiar, se entiende). Menos mal que luego llega el momento del despertar y, tras las dudas iniciales, uno cae en que sólo ha tenido un mal sueño y vuelve a los brazos de Morfeo reconfortado por no tener que volver a abrir la carpeta de apuntes.

Algo así debió pensar Cristina Cifuentes el primer día que vio la denuncia de que el máster que acreditaba en su currículum tenía menos papeles que un conejo de campo. La presidenta madrileña seguro que pensó que era una pesadilla, aunque el paso de los días ha demostrado que no es una de esas de las que uno se despierta con sensación de alivio. El sainete desarrollado alrededor de su título, el papelón de la Universidad Rey Juan Carlos, con su rector a la cabeza, y su cerrazón en sostenella y no enmendalla no parece que tenga más salida que la de una dimisión más o menos deshonrosa.

Sin embargo, siendo grave lo de Cifuentes, todo este escándalo para lo que nos ha servido es para poner de nuevo sobre la palestra la escasa preparación y capacidad de muchos de nuestros representantes. Tan baja es la preparación que estos próceres se empeñan en rellenar su currículum con títulos que o bien no han hecho o, por el contrario, tienen el mismo valor que la etiqueta de Anís del Mono. Al caso de la presidenta madrileña le podemos sumar el de su compañero Pablo Casado y su máster en Harvard, Aravaca. No se queda atrás Toni Cantó y su condición de pedagogo sin titulación. Tampoco está mal eso de que Podemos busque sangre cuando en sus filas tiene como cabeza de cartel a Íñigo Errejón, el hombre que cobraba 1.800 del ala pero al que se le olvidó cómo hacer el camino a Málaga. Por último, pero también sin desperdicio, tenemos a César Zafra. El líder del PSOE madrileño fue durante unos años licenciado en Matemáticas, título que desapareció cuando alguien le dijo que iba a hacer el ridículo. Lo que nadie le explicó al quitar el mérito académico es que eso de decir que no tienes título, pero sí das clase de la materia tampoco es que sea muy edificante. (Menos mal que mis hijos estudian aquí).

En este país la titulitis es una enfermedad radicada en lo más profundo del subconsciente. La imposibilidad de estudiar que padeció parte de la población durante muchos años hizo que se denostara otro tipo de formación y que se pensase que sólo un título universitario era presentable. El boom de los máster y su negocio (otro día hablaremos de Bolonia) profundizó en esta sensación. Y la conversión de la política en una forma de vida le dio la puntilla definitiva. Con todo esto, al final acabamos con multitud de jóvenes universitarios en paro, con las empresas buscando como locas alumnos de FP formados técnicamente y con los políticos engordando sus papeles con títulos de tercera regional. Y luego nos sorprendemos de que nos vaya como nos va. Qué penita, oiga.

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