Thiaguinho

SU madre compensará su dolor recordándole que su padre murió con la felicidad de saber que él iba a nacer

Su madre compensará su dolor recordándole que papá murió con la inmensa felicidad de saber que él iba a nacer. Lo acariciará cada noche mirándolo a los ojos mientras a ella se le irán derritiendo las lágrimas por ver cómo su bebé la mira con ojos tan impávidos como llenos de inocencia pura. Será acariciado por una mano llena de ternura y pena. Porque en esa mano, en la de su madre, han quedado las rayas marcadas en su palma, hasta entonces imposibles de interpretar. El destino de esas rayas tenían tatuadas unas oscuridades imprevistas. Su querido amor, su hombre, el padre de su hijo moriría al mes de haber gestado una familia.

Ella tenía tanta ilusión que había dispuesto una elaborada sorpresa. Buscó como cómplices a los jugadores del Chapecoense para que le entregaran, en un momento preciso del viaje, el regalo. Uno de sus amigos íntimos portaba en su mano la bolsa con un paquete cuadrado en su interior abrazado por un precioso lazo plateado. Tiago da Rocha Viera, el extremo brasileño, que estaba sentado en el suelo enmoquetado del hotel poco se fiaba de sus amigos tan dados a las bromas. Pero, tras insistir sus colegas, Tiago se rindió, abriendo el paquete que había rechazado, creyendo que de él iba a salir un polvorín de confetis. Primero leyó un mensaje en su teléfono móvil. Después cogió la bolsa de la que sacó una tarjeta. Tardaba tanto que parecía estar leyendo el texto en otro idioma. "Papai sus felididade também é a minha e da mamái".

La felicidad que sintió Tiago hizo que diera un brinco tan alto que topó casi con techo del hotel donde esperaba embarcar al avión que los llevaría a la Copa Sudamericana. Con esa felicidad desbordante se subió Tiago al avión, Avro regional RJ85 junto con otras 76 personas. Mientras Tiago, con sus 22 años, explotaba de emoción durante el vuelo, el piloto llamaba desesperadamente a la torre de control para aterrizar porque se había quedado si combustible y había fallos eléctricos en el aparato. Todo era oscuridad y terror, mientras Graziele estaba feliz, en casa, porque la sorpresa había salido perfecta. Pletórica sabía que su amor iba a meter más goles por semejante ilusión. Pero Tiago no sobrevivió. Ya había metido su último gol en el definitivo partido que hizo ganar a su equipo. Ésa es la oscuridad que ha enluta la mano de una madre de tan sólo 18 años. Acariciará a su hijo, que aún no ha nacido, pero que hizo la mayor obra de su vida: dar inmensa felicidad a su padre antes de morir.

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