Tarajal

Ojalá en algún momento aprendamos a mirar las fronteras desde la otra parte, desde el que huye

Hay palabras que no deberíamos olvidar. Porque nos ponen frente a un espejo que nos devuelve la imagen de lo que somos como sociedad, lo hermoso y lo feo. Tarajal es una de esas palabras a recordar, una de esas historias que tendríamos que contar a nuestros hijos e hijas, sin omitir detalles. Quedaría más o menos así: érase una vez un grupo de chavales llegados desde el sur, huyendo de un presente incierto y durísimo, de guerras, carencias y falta de oportunidades. Huían hacia el norte porque sabían que allí, incluso en las peores condiciones posibles, siempre vivirían mejor que en su país de origen. Pero había que cruzar vallas, fronteras…

Aquel grupo de chavales pensó que sería buena idea cruzar a nado. No era la primera vez, se lanzaban al mar un número suficiente para garantizar que unos pocos pudieran llegar a la playa ceutí. No era un deporte, ni un juego: era una alternativa desesperada para alcanzar Europa, tan arriesgada como la valla de Melilla, o las pateras en el Estrecho. Y aquel debió ser un intento más. Pero algo se torció: alguien en la cadena de mando de la Guardia Civil que custodia la Frontera decidió abrir fuego contra los inmigrantes que nadaban, bolas de goma, botes de humo… Resultado de esa decisión: hubo que sacar 15 cadáveres del mar.

Luego hay una parte farragosa en esta historia: acusaciones, declaraciones de los responsables políticos, una causa contra los agentes implicados que terminó siendo archivada… y una parte tristísima: tan sólo uno de los quince ha podido ser identificado, el resto han sido enterrados en el mismo anonimato que venían arrastrando desde su tierra de origen, una cifra más que sumar a la larga hilera de fallecidos en las fronteras, ese invento tan conveniente para controlar el flujo de personas, productos y capitales, que Occidente abre y cierra según convenga.

Tarajal. Recordemos esa palabra con rabia. Vamos a ponerla junto a otras como Gurugú, Aylan Kurdi, y tantas otras, nombres propios e hirientes, que son los nombres comunes de nuestra vergüenza. Ojalá en algún momento aprendamos a mirar las fronteras desde la otra parte, desde el que huye, desde el que busca, desde el que sólo aspira a su trozo de bienestar. Tarajal. Tarajal. No olvidemos.

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