CUANDO sucesos como el de Mari Luz se expanden de la forma como este lo ha hecho, es seguro que todo ha respondido a un movimiento sísmico de la sociedad. Vemos el acontecimiento e intuimos que debajo del mismo hay más. Como en un terremoto, y este lo ha sido, miramos la superficie de la tierra y la encontramos agrietada, observamos los edificios y los encontramos desgarrados, tambaleantes o convertidos en un montón de escombros. Pero debajo de ese escenario ha ocurrido algo más. Bajo tierra ha tenido lugar un choque violento, descomunal, inimaginable de placas tectónicas que han originado el seísmo, la conmoción. El caso de Mari Luz podía haber pasado en un par de días como una aberración más de una sociedad ciega, sorda y embobecida por momentos. Pero no ha sido así. Esta sociedad, la onubense, aún respira. Y ha transmitido ese hálito, esa fe y esa indignación al resto de la sociedad española. Cierto es que la espita final, la gota que ha colmado el vaso, ha sido la incompetencia de una administración de justicia en bancarrota y en caída libre desde que cayó en manos de la casta política de turno. Malhadado día aquel. Naturalmente que esa negligencia tiene nombres. Y no es el de la funcionaria tal o el del juez cual. Es el de los irresponsables que llevan mal dirigiendo ese ministerio desde hace ya demasiado tiempo. El actual, ante todo este inenarrable follón está missing, desaparecido en combate; no sabe no contesta. Glorioso.

Pero hay más. Existe una causa física para los seísmos y existe una causa moral para el que ahora hemos contemplado en la sociedad española. Y no es más que la de una sensación, una convicción que ha hecho tremolar todas las banderas de la indignación popular. Es la sensación de impunidad que hoy recorre la sociedad española de cabo a rabo. Aquí todo el que la hace no la paga. Algunos chivos son escogidos de vez en cuando y son inmolados en los altares de la llamada justicia para que las masas sacien sus instintos más básicos. Y poco más. Es constante, incesante, el desfile de terroristas que son homenajeados, paseados y enaltecidos en la mayor de las impunidades, van por parejas los multimillonarios que estafan miles de millones de pesetas a sus socios y ven a diario el sol de la calle, son decenas lo políticos con sentencias condenatorias en los lomos que no dimiten, por no referir a los que se gastan mil euros en una mariscada y ahí siguen. Para qué hablar de cacos, mangantes, chorizos, hampones, violadores y asesinos a los que sus víctimas o familiares se las han vuelto a tropezar al volver la esquina. Una más que evidente sensación generalizada de impunidad recorre España de principio a fin. Basta ya.

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