Visiones desde el Sur

Señor presidente

Pienso que no está capacitado para ejercer el liderazgo que las urnas le han otorgado

Desde que oí hablar de usted y posteriormente pude fijar en mi retina el porte intolerante con los demás que le acompaña como una segunda piel, y esa actitud como perdonavidas que forma parte tanto de su ser como de su estar, me dije, mal vamos.

Mal vamos como este señor se aúpe a la cúspide del poder en uno de los países que aún fiscaliza gran parte de los resortes de gobierno y control de las cosas que han de realizarse en el mundo. Es decir, del país por el que han de pasar, o con el que han de consensuarse, sí o sí, las decisiones en todas las materias que afectan a la ciudadanía del orbe.

Procede usted de ese lugar invisible en donde un grupo de siniestros inversores se reparten el control del dinero: ese que circula a mansalva por el mundo y que sólo unos pocos de privilegiados saben manejar.

No hay duda de que se ha ganado a pulso la situación de supremacía que sus múltiples cargos privados -ahora también públicos- hacen de usted un fuera de serie, un luchador nato, un caballo ganador capaz de atraer las apuestas más fuertes y sólidas para centuplicar las ganancias en cualquier tipo de negocio, no importa el sector siempre que deje dinero a corto plazo, que es lo que importa.

Pero su incontinencia le delata, muestra a las claras la madera que lo conforma y, de sus modales, mejor ni hablar. En el poco tiempo que lleva usted en el poder, señor Trump, y a pesar de que debiera ser el primer garante de la legalidad, del estricto cumplimiento de la separación de poderes propia de una democracia, sus múltiples roces con la magistratura, con otros legítimos representantes del pueblo, con los propios servicios de inteligencia e incluso con la prensa, a la que debiera cuidar mucho más, hablan mal, muy mal, del presidente de un país de la envergadura de los Estados Unidos de América; un país que por su solidez y la hegemónica posición en el mundo que posee dirige usted ahora -legítimamente, eso sí- como comandante en jefe.

Con respeto, con mucho respeto para la ciudadanía que le ha colocado la corona de laurel que le convierte en un César, debo decirle que siento vergüenza al mirarle y que, además -lo diré- vivo en un estado como de pánico porque no me fío nada de ese absolutismo que nos muestra en cada acto que realiza, cada decisión que toma o cada twitter que cuelga en la red. No sé por qué extraña razón pienso que no está capacitado para ejercer el liderazgo que las urnas le han otorgado.

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