Tradicionalmente cada año por esta fecha, la prueba de acceso a la Universidad ocupa un inusitado protagonismo en los medios de comunicación. En ellos se subrayan la ilusión, los nervios o el miedo de los estudiantes. Esto hace pensar que los más de 1.700 estudiantes que llenaron los aularios del campus del Carmen esta pasada semana, iban muy preparados y se jugaban la meta que se habían planteado conseguir en la vida, ansiaban convertirse en universitarios o bien que los nervios responden a un descontrolado miedo al fracaso… Ésta es la cara amable, pero existe otra más oscura y llena de interrogantes: ¿Qué meta se juega quien no tiene ni idea de qué estudios universitarios quiere realmente? ¿A qué fracaso se teme si los resultados rozan el 100% de aprobados cada año? ¿Cómo frustrarse si de todas las titulaciones de la UHU sólo en tres de ellas se exige una nota superior al notable? Seguramente, estos miedos y nervios sólo puedan justificarlos, debidamente, los 329 estudiantes que han decidido presentarse para subir nota. El resto, a la luz de la experiencia de un año tras otro, ¿con qué argumentos los justifican? ¿No será sólo el lógico pavor a lo desconocido?

Son miles los estudiantes que, cada año, se incorporan a las aulas universitarias de la UHU. En ellas nos encontramos año tras año, a un grupo, cada vez más numeroso, de los que abordan este primer curso de estudios profesionales con la misma actitud que si fuera un tercero de Bachillerato. Que no tienen muy claro qué hacen allí o por qué ocupan el aula de esa Facultad y no la de otra. Que no están ilusionados pero tampoco lo contrario. Que están allí porque es lo que toca después del Bachillerato…

Cada vez parece más claro que el ingente trabajo y responsabilidad que supone para el profesorado el preparar a su alumnado para la Selectividad, queda incompleto si no va acompañado de una orientación profesional. Que no basta enseñarles a comentar textos, mientras ignoren qué les ofrece la Universidad o no tengan claro qué es lo que quieren ellos. Que no es suficiente el dominio de fórmulas, mientras no sean conscientes de sus propias capacidades o habilidades para utilizarlas. Únase a esto lo negro que ven su futuro profesional mientras tengan como modelo a su hermano que, con un ejemplar curriculum, hace cola cada mes en la oficina del paro.

No, la parafernalia que acompaña a la Selectividad no es sólo miedo al examen, es pánico a una vida adulta tan imprevisible como incierta.

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