Arias breves

Rafael Ordóñez

Sebas y lo que pasa

Ami amigo Sebas lo conocí en el lecho del dolor. Ambos teníamos la misma patología y ambos nos pusimos en manos de mis compañeros cirujanos y ambos cortamos orejas y rabo en nuestro paso por los quirófanos por mor de las excelentes manos en las que caímos. Y por el guiño, cómo no, con el que la divina providencia siempre nos trató. Sebas no leerá este artículo de hoy por una sola razón: no sabe leer. Anda mi amigo y conmilitón por los cincuenta años, ha sido albañil toda su vida y está parado. Forma en las filas de la legionaria multitud de los parados españoles que tan poco les importan a los que dicen que sí les importan. Siete años de silencio con el Gobierno anterior avalan esta afirmación. Mientras la nomenclatura sindical, algunos de ellos con sueldazos millonarios, sale vociferante a la calle, mi amigo Sebas ya tiene problemas para comer. Como suena. Quedó varado cuando empezó la crisis y hasta ahora la iba sorteando con su escaso salario de parado y con la ayuda de familiares. Pero sus hermanos, también en paro, ya no pueden ni sostenerse a sí mismos. Esta semana pasada acudió donde acuden todos los que están en las últimas: a su parroquia. Ni que decir tiene que a Sebas no se le ha pasado, ni durante una milésima de segundo, por su cerebro ir a pedir ayuda, comida, consuelo y apoyo a la sede de ningún partido político, ni a las oficinas de sindicato alguno, ni a ningún puñetero organismo oficial nacional, local o autonómico. Tiempo perdido. Y es que Sebas necesita el tiempo y no lo puede perder y, además, sabe bien dónde está el único sitio en el que encuentra acogida.

A las ocho de la mañana ya está mi parado amigo en la calle todos los días buscando en el horizonte la silueta de una grúa. Sabe que donde hay grúa hay trabajo.

Desde esa tempranera hora hasta el mediodía se está pateando la ciudad presentándose allí donde ve un cubo de mezcla o en bares y restaurantes, ofreciéndose para trabajar en lo que sea, o en almacenes mil para cargar o descargar lo que se tercie.  Ya me lo he encontrado en la calle  media docena de veces en los últimos seis o siete meses. Y siempre la misma canción: no hay nada. Jamás hablo con él de política; es esta una cosa de mal gusto que no se puede hacer con un amigo y menos si está al límite. Pero sé muy bien lo que opina de los sindicatos que ahora, en plena campaña electoral, se desgañitan. Lo sé porque él ha tenido a bien contármelo. De todo, menos bonito, opina Sebas de la nomenclatura sindical subvencionada con centenares de millones de euros. Y en esas andamos. Cada cual por su lado. El parado extenuado, por un lado y los otros, por otro. Unos al borde del desahucio y otros empeñados en no perder unas elecciones autonómicas.

Mientras, Sebas templa, espera y desespera.

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