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Carmen Calleja

Salgado en Endesa

SE ha sabido la noticia de que la ex ministra Elena Salgado quiere fichar por Chilectra, una compañía chilena del sector de la electricidad y filial de Endesa. Para ello ha pedido al Gobierno español la correspondiente autorización. Ésta es necesaria para que se verifique que no incurre en las incompatibilidades que acompañan a los ex ministros durante los dos años posteriores a su cese. Es muy probable que se le conceda, ya que se trata de una mercantil no española y que opera fuera de España. Es decir, no ha podido tener relación con Salgado por su ejercicio como ministra.

Es muy legítimo que cada cual haga con su vida lo que quiera siempre que sea legal. No cabe duda de que Elena Salgado es una profesional muy competente, por lo que no es de extrañar que le ofrezcan trabajo. Sin embargo, Salgado había dicho que cuando terminara su gestión ministerial quería dedicar un tiempo sabático a colaborar con una ONG, además de descansar, como es lógico. Era un bonito final para la gestión de una ministra socialista. Se ve que se ha cruzado Chilectra en ese sueño de reciclaje personal y actividad altruista.

No hay nada que objetar a la decisión de Salgado de trabajar para Chilectra, cambiando sus iniciales planes. Pero sí cabe comentar si beneficia o perjudica, por una parte a su imagen, y, por otra a los socialistas.

La imagen de Salgado era más atractiva antes. La de ahora es distinta tras incurrir en lo que ya han hecho otros: fichar por grandes compañías (con frecuencia de energías convencionales) que les retribuyen muy bien. Es legal, puede que sea incluso irreprochable desde el punto de vista ético. Pero la imagen que proyecta es la de acudir a la llamada del dinero. ¿Se hubiera producido ese fichaje sin la condición de ministra que previamente tenía? Tal vez no, a pesar de su alta cualificación. Ese nexo de causa/efecto es el que hace poco agradable la imagen que a partir de ahora vamos a tener de Salgado.

Pero donde se produce un efecto aun más negativo es en el colectivo socialista. A las bases no les gustan los compañeros/as que se mueven entre lo que un día se llamó la beautiful people. Recelan de estas personas. Y cuando el acceso al estatus de vip de una empresa se debe al cargo que se ha ostentado porque su partido tenía responsabilidades de gobierno, la sensación es la de que se cobran unas plusvalías que no les pertenecen. Todo ello no colabora al entusiasmo; más bien desmoraliza y hay una cierta sensación de traición: se entra al servicio de entidades frente a las que muchas veces hay que defender a la ciudadanía. Es lógico que surja la duda: ¿lo hizo siempre, o hizo amistades? En fin: todo legal. Incluso correcto, desde un parámetro moral básico. Pero feo.

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