Los caminos hacia la marisma almonteña se van llenando de luz, de cante, de alegría, de oraciones. No es por la primavera que llega a su esplendor de mayo. No es porque la naturaleza nos llame a un caminar donde el sol, el campo y el cielo estén en su dorada plenitud. Es algo más que sólo los corazones andaluces, en el nido de la provincia de Huelva, siente como un pálpito de gozo. Es la cumbre de cuarenta días de espera que tras el milagro de la resurrección, se ha convertido en una fuente de gracia que mana de Dios, en el cauce de una Virgen que es toda nuestra esperanza, en esa lluvia de un Pentecostés de la Gracia que inunda corazones. Es la oración de muchas Ave María que hacen saltar el corazón, en una misma y única explosión de amor, bajo un grito que es cohete que sube al cielo de nuestra mejor expresión mariana.

Siempre, cada año, recuerdo cuando llegan estos días en que todos los caminos llevan a la aldea almonteña, unos versos que como una jaculatoria de exaltación a la Virgen marismeña me recuerdan a un viejo amigo, el más grande de los poetas gaditanos, que en la emoción de la entrada de las carretas en el real, me dijo: "Siempre escuchó el dolor mío /y me lo llenó de flores/ A esa gran lluvia de amores/ ¿por qué la llaman rocío?".

Y cuando analizo los versos, que es mi oración preferida, comprendo que la Gracia del Espíritu Santo es eso, una lluvia vivificante del Amor del Padre, que brota en ríos de dones por la manos de la Madre de Dios.

Los golpes secos, roncos, con retumbar conocido de los tamboriles, son el eco de los latidos de todos los corazones rocieros que desde los mil puntos de la geografía se dan cita a los pies de esa Blanca Paloma que ya ha extendido su gracia andaluza para cubrir con amor a sus miles y miles de devotos que van a visitarla en la romería más grande del mundo.

El Rocío, sin duda alguna, es un milagro de amor como el Pentecostés es uno de fe, cuando ya la Ascensión se cumplió en el calendario litúrgico y la fiesta del mayor de los misterios, en la celebración de la Santísima Trinidad, es un altar en la más profunda creencia de nuestra religión.

Pero hoy, el laberinto de los caminos de arenas, en el candente asfalto de las carreteras, las carretas y los caballos marchan a un punto donde todo será una conjunción de devoción, de fe y de amor. Vivimos nuestro altar caminante de simpecados, como bandera de todo nuestro sentimiento mariano y andaluz.

El brindis de nuestro amor sólo tiene una expresión. ¡Viva la Virgen del Rocío!

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