Platero -le dije-, vamos a esperar las Carretas. Traen el rumor del lejano bosque de Doñana, el misterio del pinar de las Ánimas, la frescura de las Madres y de los dos Fresnos, el olor de la Rocina…". Así empieza el capítulo del libro que inició la universalidad de la aldea almonteña y su sin igual romería. Así lo afirmaba con total convicción Santiago Padilla y Díaz de la Serna en la presentación de su libro Al Rocío con Platero, publicado por editorial Niebla. No es la primera vez que del burrillo juanramoniano "peludo, suave: tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos", se ocupa el autor, que ya en El Rocío en Platero y yo, desvelaba, como otras publicaciones suyas, su extraordinario conocimiento del tema rociero y el feliz resultado de sus intensas y profundas investigaciones desarrolladas desde hace muchos años.

En sus trabajos y publicaciones sobre la excelsa devoción y tradición mariana y peculiarmente en su libro Rocío: sol y sal de Andalucía, -imprescindible en el ámbito de la investigación rociera- Santiago Padilla trascendía lo religioso, lo histórico y lo tradicional, afirmando: "Acabamos de constatar la presencia de El Rocío en el Costumbrismo y en el romanticismo del siglo XIX, dos movimientos estéticos que reforzaron, subrayaron y amplificaron sus posibilidades de expansión, de difusión y de crecimiento a lo largo de esta centuria". En estos dos últimos textos prosigue esa perspectiva insospechada e ilusionante en su infatigable indagación justo cuando coincidían el centenario de la publicación de la obra universal del Premio Nobel, con la muerte de un personaje, que cobra un principal relieve en el texto que hoy nos ocupa, Al Rocío con Platero.

De los 116 personajes que aparecen en el famoso libro, siempre llamó mi atención Darbón, el médico de Platero, según Juan Ramón "grande como el buey pío, rojo como una sandía. Pesa once arrobas. Cuenta, según él, tres duros de edad". 180 años después de su nacimiento la corpulenta figura del veterinario, Juan Bautista Darbón Díaz, se perfila en una ficción con evidencias realistas en este relato de Santiago Padilla como singular protagonista de esta visión mágica y eglógica del Rocío "lleno de estos gestos de hermandad y de cortesía que ponen de manifiesto la bondad de los hombres", dice el autor. Todo ello como fruto de una profunda y minuciosa investigación que le ha permitido reconstruir en una narrativa hermosa y sublimada por pasajes de fascinante reminiscencias rocieras, esas constantes mágicas y espirituales que enmarcan y configuran esos momentos estelares y eternos de la universal Romería. Y ya fuera en Los Hornos -"una atalaya estratégicamente situada"- visión privilegiada del camino de Los Llanos, o la propia aldea, en esa perspectiva juanramoniana del Rocío, Padilla la recrea, nos cautiva y emociona.

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