Reflexión para la paz

La frustración nos hace señalar a personas que no tienen en común con los asesinos más que su procedencia

Tras el impacto del atentado, brutal y despiadado, desde luego, pero también estúpido, torpe, frustrado su planteamiento inicial, llega -debe llegar- la reflexión. Las reacciones de los seres humanos están guiadas por la razón sólo en una parte minoritaria; la mayor, aseguran los psicólogos, por las emociones que, a su vez, son determinadas por impulsos que no controlamos y por una herencia que puede remontarse a nuestros ancestros de la precivilización. En lo que publican estos días los medios, aparecen ¿cómo no? las emociones lógicas ante los hechos terribles: sobre todo miedo, indignación, sensación de impotencia. También la solidaridad casi unánime con las víctimas. En las declaraciones de la clase política, en los encargados de velar por el orden, en los representantes ciudadanos, en la gente de la calle, en general, hemos observado actitudes responsables, en las que la emoción no ha cerrado el paso a la razón.

En el juego trágico de policías y terroristas, en el que de alguna manera todos llevamos papeletas para optar al papel de posibles -aunque improbables- víctimas, el riesgo es que nos dejemos llevar por la pasión -emoción incontrolada- y que la frustración nos haga poner el punto de mira en personas que no tienen en común con los asesinos más que el área de la que proceden; ni siquiera una religión que unos entienden predica el amor al prójimo y otros, los menos, enarbolan para emprender una loca guerra santa, como si estos dos términos -guerra y santa- fueran compatibles. Ya se han manifestado los radicales que quizá añoran métodos hitlerianos en aras de una limpieza étnica. Era previsible. Lo que yo, francamente, no esperaba, es recibir mensajes en esa línea de personas a las que estimo, por lo que lamento aún más su deriva xenófoba. Lo cierto es que tendemos a olvidar que los blancos de los atentados no sólo están en Francia, Bélgica, Alemania, España, o sea, en Europa; los musulmanes de Siria, Afganistán y otros lugares son los que sufren, en medida incomparablemente mayor, la furia yihadista.

En España la lección de la Historia nos recuerda las nefastas repercusiones de las expulsiones de judíos y moriscos. Aunque la mayor parte de nosotros llevamos sangre árabe -y de tantas procedencias más- en nuestras venas. Por todo ello, sin perjuicio de la rabia justificada, dejemos las riendas a la razón, también por estrictas razones éticas.

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