U NA de las carencias que se atribuyen a Huelva como lastre para su desarrollo turístico es la falta de atractivos patrimoniales e históricos con los que cuenta la capital. Cierto es que el paso del tiempo, el impacto de terremotos, la incidencia de la guerra civil y una planificación urbanística pensada por el enemigo han hecho que la ciudad perdiera buena parte de su riqueza patrimonial. En no pocas ocasiones, ha primado la urgencia para construir nuevos edificios e infraestructuras a cualquier coste en detrimento del cuidado de la memoria en piedra de la ciudad. Esa falta de miramiento para con el pasado ha de ser denunciada por cuanto deja sin lazos sentimentales a los onubenses y les roba los referentes que hacen que los ciudadanos se aten a cuanto ha pasado por sus calles y plazas en el transcurrir de los siglos. Tan grave ha llegado a ser la situación que hasta el yacimiento del Seminario a punto estuvo de convertirse en material de relleno de obra de no haber sido por la labor encomiable de custodios de la ciudad de personas como Diego González Batanero.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, parece que comienza a brotar en el ambiente un cierto sentimiento de recuperación y protección sobre aquellos escasos bienes que constituyen la riqueza patrimonial de Huelva. Desde las administraciones y también desde el ámbito privado se observan algunos movimientos encaminados a reparar esa deuda histórica que desde Huelva Información venimos reivindicando largamente. Las iniciativas para redimir el triste estado en el que está el edificio de Hacienda o para rehabilitar el del Banco de España que ha prometido acometer la Junta de Andalucía han de ser bienvenidas y aplaudidas. Casi tanto como serán fiscalizadas en su devenir por quienes creemos que cuidar de nuestro pasado es edificar con cimientos más firmes nuestro futuro. Del mismo modo, comienzan a aparecer casos en los que la iniciativa privada toma impulso para limpiar la cara de construcciones que contienen parte de la memoria sentimental de los onubenses.

El esmero con el paisaje visual onubense no debe entenderse como una reivindicación para que crezcan como setas los museos más variopintos en los edificios vacíos. Ni deberíamos caer en el error de creer que significaría un efecto multiplicador de las visitas turísticas. Seamos sensatos. Lo que sí debemos tener claro es que dicha recuperación constituiría un elemento dinamizador de la vida en los barrios y calles de la ciudad, que obtendrían como resultado de la puesta en valor de esos inmuebles una revitalización de su entorno y un incremento de la vida ciudadana que se realiza a su alrededor. Un diseño de ciudad para el futuro ha de tener en consideración hacer lo mejor posible la vida de sus vecinos y convertir sus barrios en zonas plenas de confortabilidad. Para ello se requiere una mente serena y alejada de modas y tendencias que se olvidan a la misma velocidad que surgen. Es necesario que la Huelva futura incluya en su interior esta serie de monumentos olvidados y los ponga al servicio de sus habitantes. Así hará el doble servicio de darles uso y de recuperar la memoria de lo que fuimos; algo clave para saber lo que queremos ser.

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