DICEN los administradores del cortijo que no hay crisis. No quieren que la realidad les estropee la fiesta. En la España, en la Andalucía y en la Huelva del buen rollito, del progreso, del bienestar, de la hermandad, la fraternidad, la felicidad y todo ese festín de la nada con sifón que conforman el programa al completo del jodierno de turno no cabe la palabra crisis. No vaya a ser que el personal se nos asuste y para qué más. Pero la realidad es otra. Como siempre, una cosa es lo que dicen y otra lo que hacen. No tienes más que hablar con algunos de los que ocupan despachos de moquetas de medio metro en Sevilla y la palabra recorte no se les cae de la boca. Recortes a troche y moche, a mansalva, a destajo. No puedo revelar mis fuentes, me comprometí en ello y además ha sido en Huelva en donde hemos tenido la charla. Apenas si pudimos tomar un café por la prisa, el agobio y el enojo, digámoslo finamente, de mi interlocutor, mi amigo, porque le obligan los jerifaltes a eso: a recortar, y fundamentalmente en personal, gente a la calle. Yo, como lo vi tan cejijunto y desolado, traté de sacarlo un poco a flote y le dije: mira, Edgardo, apenas tienes de qué preocuparte, esto de la crisis inconfesa lo tenéis casi resuelto, sólo es cuestión de esperar un poco, aguantar mientras surten efecto las medidas que está aprobando tus compañeros en el congreso del partido de este fin de semana en Madrid.

La primera de ellas es la del aborto. Vamos a pasar de que en España una mujer mata a su hijo siempre que le viene en ganas, pero dentro de unos plazos, a poder hacerlo cuando le apetezca. Desde el momento de la fecundación hasta el parto. Todo un progreso, pero hacia atrás, hacia el holocausto, hacia la barbarie. Esta es la primera medida de recorte: menos niños nacidos, menos urgencias pediátricas, menos pediatras, menos gastos escolares, menos maestros. No me negarás que es una idea anticrisis sencillamente genial. La segunda es de idéntica jaez. Acabar prontito con los viejos que se ponen chochos, pesados y necesitan un sin fin de médicos, de enfermeras y de tecnología sanitaria a su alrededor para nada, para que terminen muriéndose. No hay que darle más vueltas, cuando estén con un pie en el más allá, en vez de traernos ese pie a esta orilla del lago de Caronte, le cogemos el que tiene aquí y se lo ponemos allí. Lo pasaportamos debidamente y le contamos a la gente que eso es un derecho, que eso es muy progresista y que son los obispos los malos de la película, los que quieren que la gente sufra. Esto de infamar los obispos es una técnica goebblesiana que no falla. Y es que todo sea por recortar.

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