Recordando a Murphy

Las posibilidades de poner las cosas en su sitio y de reparación están mucho más difíciles que antes

S style="text-transform:uppercase">e hicieron muy famosas porque sorprendían, pero no se tomaron a la ligera, incluso se realizaron estudios empíricos para verificarlas. Me refiero a las leyes de Murphy, las cuales vienen a ser una interpretación pesimista y escéptica de la vida. Constituyen, en buena media, una especie de advertencia de que lo negativo está ahí, a la vuelta de la esquina, y de que convendría que no nos ilusionáramos ingenuamente con soluciones o resultados satisfactorios y, mucho menos, perfectos.

A pesar de sus años, la realidad hace evidente que mantienen su vigencia. Valgan dos ejemplos de las mismas como soportes de los análisis que vendrán a continuación. Uno de ellos sería el que si algo puede salir mal, probablemente saldrá mal y, el otro, el que no importa cuántas veces se demuestre una mentira, siempre quedará un porcentaje de personas que creerá que es verdad. Es del todo muy obvio que no son enunciados como para no tenerlos en cuenta con los tiempos que corren, aunque existan sus excepciones y matizaciones. Con respecto al primero, uno de los acontecimientos recientes que lo confirman ha sido la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, un país con una enorme influencia y repercusión en el resto del mundo. Su posible triunfo era algo que chirriaba no sólo con sesudos planteamientos y argumentos sociopolíticos sino con el más elemental sentido común, pero ganó y ahí está el individuo, escupiendo barbaridades, como la última: declarar que está a favor de la tortura para obtener información. Su designación como primer mandatario es una prueba más de que las sociedades no siempre evolucionan a mejor. Pero con ser preocupante lo de Trump, más lo es el riesgo de que se produzca un efecto mimético en otros lugares, sin excluir a la Unión Europea.

En cuanto al segundo, habría que recurrir al refrán de "A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga". Qué o quién sea objeto de una mentira tendrá que tragarse y digerir, le guste o no, que siempre quedarán los que se la creerán, por muchas pruebas contrarias que se muestren y la rebatan. Las posibilidades de poner las cosas en su sitio y de reparación están mucho más difíciles que antes. En este sentido, las redes sociales son un medio devastador, aunque no el único. Por esta razón, en política, las estrategias están cambiando: la atención ya no se concentra tanto en ofrecer buenos proyectos y programas sino en ver cómo se saca un bulo que hiera gravemente al adversario. La verdad cada vez importa menos.

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