E style="text-transform:uppercase">ste país necesita una firme, fuerte y experimentada Administración", dijo Winston Churchill cuando inició su segundo mandato en 1951. En España después de una tan dilatada y degradante demora en la elección de un nuevo Gobierno, ha llegado el momento de garantizar una nueva gestión no exenta de dificultades. Sorprende, por utilizar un término benévolo, que nada más constituirse el nuevo Ejecutivo abunden voces amenazadoras, opositores con poder adivinatorio sobre su actuación, exigencias y negativas apremiantes sin un atisbo de confianza y serenidad, con resonancias tormentosas de la sesión de investidura donde se detonaron insultos intolerables, "el régimen mafioso del 78"… "delincuentes potenciales en la Cámara" y otros agravios igualmente rechazables.

Denostar a quienes elaboraron la Constitución que nos rige y a quienes mayoritariamente la votamos, acusar a los diputados, representantes legítimos del pueblo, elegidos en legal plebiscito, de delincuentes potenciales son infamias abominables, irritantes, despreciables y merecedoras de una dura sanción por parte de la máxima autoridad del parlamento, santuario de la representatividad popular. Sobre todo cuando en algunos casos lo profieren extremistas del siempre detestable nacionalismo dispuestos a romper la unidad de España, empeñados en una despreciable demagogia sin aportar propuestas ni soluciones constructivas para el país y su propia región. Es como ejercer de payaso siniestro con la más escandalosa impunidad.

Las razones que llevaron a los socialistas a la abstención y a un callejón sin salida para sus principales y tozudos responsables de esa obcecada negativa - la monserga incongruente del "no es no"-, son las mismas que tenían hace unos meses y que sin embargo no esgrimieron oportunamente con la consiguiente pérdida de tiempo y evitar el colapso y la esclerosis inversora y emprendedora que tanto han afectado al país. Tan irresponsable actitud ha terminado escindiendo lo que debiera ser una razonable y constructiva oposición a un gobierno conservador. Una izquierda liberada de resentimientos, prejuicios, rencores y dogmas anticuados.

Ante tan decisivas contingencias no es tiempo de delirios ideológicos ni alucinantes Baratarias o actitudes radicalistas que nunca hacen propuestas positivas, la dilación en la elección de Gobierno ha provocado fatídicamente una serie de causas y efectos concatenados igualmente nocivos y sobre todo un freno a la inversión. Los inversionistas quieren una estabilidad política y económica. Lo contrario provoca en la economía una sucesión interminable de consecuencias negativas: la menor entrada de capitales, lo que reduce el crecimiento económico. El realismo se impone. Olvidemos los espectros que muchos guardan en sus carcomidos armarios. Aventemos esos fantasmas siniestros, aligeremos esta ominosa y costosa Administración y dediquémonos todos, pero sobre todos los políticos y hacedores del bienestar social, a trabajar y a encarar con rigor las nuevas perspectivas.

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