Estamos en la semana cumbre del año. Una más y los doce meses que un día abrimos a la ilusión y a la esperanza se habrán marchado rumbo a un infinito desconocido.

En unos días, en horas, llega la Nochebuena. Noche Buena, no podría existir otra mejor si la analizamos, la vivimos y la sentimos al calor de la fe cristiana.

De niños, la Navidad se nos acercaba con todo el candor de unas fechas llenas de felicidad, de amor, de ambiente familiar y de costumbres, ya hoy desparecidas, que envolvían aquellas fechas de un misterio, de una fantasía y de un júbilo que solo la fe en nuestra creencias religiosas podían hacer realidad. El nacimiento del Hijo de Dios se nos presenta en toda esa esplendidez que va del amor generoso por la humanidad hasta el sacrificio total, también por amor, por ella.

Aquella noche lejana, en las cuevas de los pastores, junto a Belén, el silencio de la hora quieta se rompió en el estallido de una luz prodigiosa que la voz de un Ángel ofrecía la armonía de un anuncio eterno y ya para siempre. Unas palabras que deseaban paz, unos sentimientos que pedían buena voluntad en los hombres, pero sobre todo la maravilla del Milagro que nos traía el eco de un oración que ya jamás olvidaríamos. Gloria a Dios.

Gloria a Dios en las alturas, de los cielos azules, en las oraciones humildes, en los sacrificios, en las penas, en las caídas, porque acaba de nacer un Redentor. Muy cerca de allí, una mujer sencilla joven, elegida para el mayor prodigio, había dado a luz un Niño que en el silencio y la soledad de la fría noche llegaba a una entrega total por nosotros.

Hoy, muchos nos refugiamos en los villancicos populares, para hacer más musicales nuestras oraciones de gozo. Es como poner notas de oro a unos compases populares que se transforman en aleluyas eternos.

Ya llega la Navidad y con ella la expresión más elevada de toda nuestra creencia, porque ahora Dios se hizo hombre, para salvar al género humano. Pero esa salvación debe estar rodeada de nuestra correspondencia más noble, de nuestros corazones más entregados, de un amor tanto a los demás como a nosotros mismos.

Dentro de horas será Nochebuena y el mundo de una u otra forma celebrará la Navidad, porque aunque los nubarrones de la incomprensión hagan caer lluvias de olvidos, de silencios y de huidas entre hermanos, con ecos de sangre y de muerte, la Nochebuena se abre paso en el mundo por sola una razón para todos: Dios hecho hombre acaba de nacer.

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