Permítaseme que por una vez y sirva o no de precedente, y teniendo en cuenta que también en el tenis existen las esquinas, léanse córner, trace esta raya en el agua por lo que estoy sintiendo en la vuelta de Rafael Nadal Parera a la élite. Considerado por una mayoría el mejor deportista español de la historia, nos acongojaba su alejamiento de la actividad por un cúmulo de percances para los que su fuerza mental no era antídoto suficiente.

Tres años casi de aquel Roland Garros 2014 que el mundo interpretó como el canto de cisne del manacorí, Australia contempla el retorno de una auténtica fuerza de la naturaleza. Es muy complicado dictaminar quién es el mejor de cuantos han defendido el deporte español desde el principio de los tiempos. Surgen nombres y nombres que engrandecieron sus respectivas disciplinas, pero hay que forzosamente coincidir en que Rafa Nadal es el más fiable de todos.

Imaginemos el calvario que habrá pasado este animal deportivo viendo cómo le adelantaban por la derecha y él, en su Manacor del alma peleando con su propia anatomía. Cuando no era una lesión surgía otra y cada reaparición era como engañarse a sí mismo... hasta que llegó este Abierto de Australia. Y ha tenido que ser en una pista de nombre tan legendario como el del enorme Rod Laver donde Nadal ha surgido como resurgió de sus propias cenizas el Ave Fénix.

Pasando por encima de cuantos se le pusieron por delante, pudo con un gran Gael Monfils y dio una imagen sobrenatural frente a ese émulo de Federer que es el búlgaro Grigor Dimitrov. Ganador de los sets nones, al tercer match ball le daba el pase de la firma a una gran obra. Una obra maestra que le daba el salvoconducto para reencontrarse con su viejo enemigo íntimo, el suizo Roger Federer, que mañana jueguen su novena final y la realidad le dé paso a la leyenda.