Juan Manuel / Suárez Japón

La Rábida, el valor de lo intangible y su puesta en valor

EL enfoque moderno de las Ciencias Humanas ha permitido enriquecer los añejos moldes analíticos haciendo intervenir en el proceso de adquisición del conocimiento a un conjunto de elementos más plurales. Entre ellos, las llamadas ciencias humanas (seguiremos utilizando esta forma para hacernos entender, aunque pensemos que en realidad lo son todas, porque no hay ninguna ciencia que sea ajena al hombre), incluyeron todas las facultades vinculadas a la percepción, que es una forma más indirecta y compleja de acercamiento al hecho real que se analiza. En efecto, la percepción parte de la aceptación de un dato innegable: que entre el fenómeno que se estudia y quien lo estudia hay siempre un filtro personal, íntimo, subjetivo, que puede hacer que una misma realidad se perciba de un modo no idéntico por observadores que se acercan a ella desde dispares niveles de interés, de cercanía afectiva, de conocimientos previos, incluso de sensibilidad.

En consecuencia con lo anterior, hemos admitido ya que en cada situación conviven dos modos de aprensión de la realidad, dos modos de discernimientos sobre ella; de un lado, el más empírico, analítico, "científico" en el sentido newtoniano del término, aquel que indaga acerca de las causas y trata del alcanzar su comprensión plena; de otro, la percepción subjetiva del mismo, que añade a esos conocimientos las otras dimensiones subjetivas, sensitivas o emocionales. No hay contradicción ni antagonismo entre ambos, por el contrario, son modos de conocimiento que devienen complementarios y mutuamente enriquecedores. Alejandro Humboldt, el gran científico germano, lo resumió muy bien cuando aconsejaba a los estudiosos que ante los fenómenos de la naturaleza no solo estuviesen prestos para investigar, para explicar, para analizar, sino que también lo estuvieran para imaginar y para sentir.

No debiésemos ya prescindir de ninguno de estos enfoques en el momento de relacionarnos con los hechos de la realidad que nos rodea o a la que nos acercamos para conocerla o para estudiarla. Hemos de partir de esa doble perspectiva: que en cada realidad existen dos niveles, el de los datos reales y el que aporta la percepción, -el afloramiento de los datos intangibles pero presentes y ciertos-, a través de sus diversas vías. Como ejemplos podríamos recurrir a muchos, pero señalemos ahora, -solo para hacernos entender- algunos. ¿Quién podrá negar que es diferente y mejor la relación de conocimiento que establecemos con Doñana tras haber leído y aprendido el universo imaginativo que sobre ella ha creado el magisterio literario de Caballero Bonald?; ¿No sería un conocimiento válido pero incompleto del espectáculo sobrecogedor de los paisajes mineros de la cuenca onubense, quedarse solo con lo visible o analizarlo desde el punto de vista económico, químico o biológico, dejando al margen la integración en ese conocimiento de toda la carga de mitología social y cultural que se engendró en aquellas tierras?. Y un largo etcétera.

Todo esto me sirve como base teórica para señalar ahora mi convencimiento de que existen pocos lugares en el mundo occidental que puedan albergar una dimensión intangible y simbólica tan notable como la colina onubense de La Rábida. Ello no tanto porque la misma haya sido albergue de muchos fenómenos históricos y culturales que la han ido acompañando a lo largo del tiempo, sino sobretodo porque algunos de esos hechos ocurridos en sus aledaños han adquirido relevancia de valor trascendente, proyectando el significado del lugar a una escala interpretativa y simbólica universal o global. Esta es la clave. Este es el hecho que hace realmente de La Rábida un espacio individualizado y singular. Tal vez no sea la colina rabideña uno de esos "lugares en los que pasan todas las cosas", es decir, uno de esos enclaves estratégicos en los que una y otra vez se ha ido dilucidando el signo de la historia (piénsese en el oriente medio actual o en las tierras asiáticas del creciente fértil, o en las llanuras centrales de la vieja Europa) que los viejos teóricos de la geopolítica contraponían a las regiones en las que "nunca pasó nada". Pero en La Rábida sí pasaron cosas, porque fue aquí donde se inició un hecho llamado precisamente a cambiar el significado de la historia y de la geografía humanas. De ahí su valor extraordinario. Como alguna vez ya he comentado, la gesta humana que tuvo en La Rábida su punto de partida obligo después a "cambiar los capítulos en los libros de Historia y dejó inservible toda una centenaria tradición cartográfica". Y es preciso que todo ello sea conocido, valorado y explotado convenientemente para que exprese su verdadera dimensión y ponga sus valores al servicio de la ciudadanía onubense y andaluza. Es esencial que nadie pueda transitarla, sea por la razón que sea, sin ser conciente de que pisa suelos tocados por la historia, sin que se conecte con cuanto de pasado y de trascendente se encierra entre sus pinares, que vislumbre el mar sabiendo que fue un mar al que durante siglos miraron todos, que se adentre en las sobrias arquitecturas del Monasterio sintiendo la emoción de imaginar a quienes antes estuvieron en él para cambiar al mundo, en definitiva, sin disponer del disfrute del valor intangible de aquellos espacios. Es la idea que ahora se promueve, con indudable acierto, desde la Diputación Provincial de Huelva y esta tarea, la de fortalecer el conocimiento y los elementos reales e intangibles de La Rábida, es sin duda una llamada a la que no debemos dejar de acudir, cada cual en el ámbito de sus competencias y responsabilidades. Desde nuestra modestia, pero también desde nuestra decisión, afirmamos aquí que la Universidad Internacional de Andalucía, en la que la sede rabideña se integra, no faltará a la cita.

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