Queremos acoger

En el azul del Mediterráneo perdieron sus vidas en 2016 cinco mil seres humanos que las arriesgaban

En Barcelona se acaba de celebrar una manifestación de apoyo a los refugiados. Las calles se llenaron de personas, unas 160.000 según la Guardia Urbana, con pancartas azules como el mar, que gritaban: "Basta de excusas. Queremos acoger". Una coincidencia: precisamente 160.000 es el número de demandantes de asilo que la UE se había comprometido a recibir procedentes de Grecia e Italia. Ese compromiso, ya de por sí cicatero, se ha cumplido solo en un 7% (de la parte que le correspondía a España, 17.000 personas, apenas han llegado 700). Junto a este conjunto de cifras, vaya la última, trágica: en el azul del Mediterráneo perdieron sus vidas en 2016 cinco mil seres humanos que las arriesgaban para llegar a costas europeas, supuestamente más hospitalarias que sus inhóspitas regiones.

Otro tema con varias semanas de vigencia mediática es la muralla de Trump, uno de los trump-antojos del estreno de su presidencia americana, amenaza ciertamente más real que la ilusión de los trampantojos tradicionales. La reacción de la opinión democrática europea ha sido de indignación ante el proyecto de Trump, pero esa reacción se compadece mal con las barreras aduaneras que los gobiernos levantan para defendernos de la invasión de refugiados (entre ellas ¡ay! las ominosas vallas de nuestra frontera africana). Pero si dejamos las políticas actuales, nada edificantes, y volvemos la mirada a nuestra historia más o menos remota, encontraremos hechos significativos: la expulsión de los judíos y de los moriscos por los Reyes ¿Católicos?, que olvidaron en esto la caridad cristiana; las sucesivas oleadas de emigrantes españoles, también por razones de supervivencia económica, a países de acogida americanos y europeos; o el exilio por motivos ideológicos, que acompañó a nuestra guerra fratricida de 1936.

De la inmoral segregación humana que los países más ricos imponen, un auténtico apartheid global, no son los políticos los únicos responsables. Lo que se refleja en las normas que promulgan, en las que la compasión está totalmente ausente, es nuestro propio egoísmo, nuestra tenaz resistencia a ceder ni una parte siquiera de nuestros privilegios. Queda pendiente una ardua tarea de la parte más concienciada de la sociedad, que tiene la misión de llevar al resto el mensaje de que en la gran casa del mundo, con el rótulo Solidaridad en su puerta, debemos caber todos con dignidad.

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