Que no ganamos para sustos es algo que se hace realidad cada día. Desde fuera y desde dentro se propician pérfidas actitudes e inquietantes decisiones que provocan continuos sobresaltos y graves preocupaciones. Ese grotesco psicópata que gobierna Corea del Norte, Kim Jong-un, se permite jugar con sus mortíferos artefactos destructivos, lanzando un misil intercontinental que puede alcanzar Alaska. Otra provocación más de quien desafía a las grandes potencias y pone en un brete la seguridad mundial. Por su parte otro desalmado dictador, cuyo régimen hay quien admira sin pudor y otros silencian entre nosotros con pasmoso descaro, arremete a sangre y fuego con la sede de la soberanía popular. El asalto a la Asamblea Nacional de Venezuela no sólo ha sido un alevoso atentado a los principios democráticos, sino la muestra más execrable de un ejemplo rotundo del populismo totalitario que trata de perpetuarse en el poder demoliendo la libertad del pueblo, que pasa por muy lamentables calamidades económicas y de subsistencia.

Aquí también. Los titulares, publicados por nuestro propio periódico, eran elocuentemente contundentes: "Cataluña romperá de inmediato con España si gana el 'sí' en la consulta". Es decir que el Parlamento catalán declararía la independencia en dos días si el referéndum apoya el secesionismo. Las provocativas imposiciones independentistas aumentan día a día hasta el colmo de asegurar, entre otros intolerables desatinos, que la Agencia Tributaria de Cataluña está preparada para asumir el 1 de septiembre la gestión de todos los impuestos propios y cedidos a la autonomía. No hay nada más abominable que el desprecio a las leyes y jactarse del incumplimiento de las mismas. Es incurrir en la más absoluta prevaricación. El presidente de la Generalidad, marioneta de quienes están cavando su tumba y la de su partido en precario, se encierra cada día más en un callejón sin salida.

Hace unas semanas Alfonso Guerra se mostraba expresivamente irritado por "los excesos secesionistas", y pedía que se aplique el artículo 155 para acabar con "la manifiesta rebeldía del nacionalismo catalán contra las leyes". Fueron después Felipe González y José María Aznar quienes, con inequívoca unanimidad, reiteraron idéntica petición, que reclamaba el martes pasado en La Tribuna de nuestro periódico el expresidente Manuel Chaves. La controversia ha surgido en el partido socialista contrario en su mayoría a esta medida. Incluso una de sus dirigentes la consideraba "muy grave". Uno se pregunta si no es mucho más grave, más dramático para el país, la amenaza de un referéndum ilegal y el desgajamiento de una nación. En esa invocación cotidiana a la negociación, convertida en diálogo de sordos, en tan disparatada situación con esas obsesivas disquisiciones que a nada conducen y alienta la a veces sesgada e interesada intervención mediática, abundan las equidistancias, el doble diálogo, las turbias intenciones partidistas e invenciones tan pintorescas como el plurinacionalismo.

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