Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Procrastinadores

LA palabra suena fea, como a vendedor de instrumentos para la emasculación; una especie de viajante que facilitara a los veterinarios la tarea de bajarle los humos -definitivamente- a los machos, alguien que promueve y fomenta la existencia de capones, eunucos, gatos que dejan de apestar la casa y mulos rollizos, todos ya tranquilitos para la eternidad. Pero no, procrastinar significa postergar, posponer, y además tener el hábito de dejarlo todo para mañana ("cras" es mañana en griego), de manera que el procrastinador acaba pagando más de la cuenta, quedándose sin entrada o perdiéndose algo que no debía perderse: pagar un embargo antes de que crezca la roncha, disfrutar de un 5 estrellas barato en el congreso profesional, conseguir aquella oferta del supermercado de la tecnología, con la cara de tonto que a uno se le queda aunque uno no sea tonto. Para los procrastinadores, los que nunca procrastinan resultan odiosos, aunque no lo sean y ese sentimiento no sea más que frustración y mala conciencia en dosis variables. Para los previsores precavidos y ahorrativos, complementariamente, los procrastinadores son una raza inferior. Y es que, la verdad, dejar pasar oportunidades tampoco es de genio. Pero no nos fustiguemos, vamos a otros procrastinadores más dolosos que un sencillo urbanita hasta las narices de pelear por todo, lo chico y lo grande.

Rajoy procrastina, porque le va cómodo que aquí no haya Gobierno de verdad, de forma que gobierna él, que las ve venir mientras los otros actores de esta comedia que tira a trágica se dedican a procrastinar como si estuvieran haciendo juegos de rol. Sánchez es el gran procrastinador del momento, alguien a quien tumbarse sin zapatos en un capitoné de La Moncloa -y todo lo que ello conlleva de cara a la jubilación- le pone de tal manera que le vale cualquier cosa. Iglesias no se ha visto en otra, y "en procrastinando, ganando, y arreglando mi corral". Para poner de procrastinador a Rivera, la verdad, tendría que forzar el argumento: es al que más responsable veo; él no parece estar tan a gusto como los demás con la regencia pluripartidista a la que las urnas forzaron al país (y que los procrastinadores, cada uno en su rol, utilizan para sus propios fines, que me da a mí que tampoco los tienen tan claros). Casi que le voy a dar al rebobinado de mi muy vetusto radiocasete y lo voy a votar. Porque un procrastinador siempre, a qué negarlo, envidia en silencio al diligente. Pero en este caso, sin odiarlo. Hasta cogiéndole cariño, por formal y coherente. Que son dos cualidades que también uno valora mucho, quién sabe por qué.

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