Crónica personal

Pilar Cernuda

Primarias

LOS norteamericanos de una veintena de estados se dedicaron ayer a elegir a las delegados que a su vez elegirán a las personas que consideran con más méritos para ser candidatos a la presidencia de Estados Unidos. La selección viene de atrás y se prolongará hasta el verano en un proceso largo y complicado, y es indudable que provoca cierta sensación de envidia seguir las peripecias de Obama, Hillary, Giuliani, Edwards, Romney, McCain, Huckabe o Rumney. Unos se han quedado ya en el camino obligados a tirar la toalla por falta de apoyos suficientes como para continuar en la contienda; otros, sin embargo, pelean pueblo a pueblo, colectivo a colectivo, para hacerse con la nominación.

Existen fallos importantes en la selección de candidatos, sin ninguna duda salen con ventaja los económicamente más pudientes y los que cuentan con apellido histórico, pero aun así la designación es más justa que en este país nuestro en el que lo que importa es contar con buenos padrinos dispuestos a premiar lealtades y servilismos. Un irlandés católico contaba con escasas posibilidades de llegar a la Casa Blanca en los años sesenta, pero el atractivo personal de Kennedy y su capacidad de ilusionar hizo el milagro; Obama es un buen muchacho de clase media que con su esfuerzo personal logró superar el inconveniente de ser hijo de negro y blanca; y se encuentra Hillary Clinton, obligada a superar el rechazo de ser mujer, aunque le asisten circunstancias poderosas para poder hacerse con la nominación.

El PSOE, hace años, aprobó en su congreso federal que los candidatos los eligieran los militantes. Años antes, AP había aprobado que los delegados de sus congresos votaran a cada uno de los vocales propuestos para formar parte de la ejecutiva, para saber cuál era el grado de aceptación de las personas que acompañarían al presidente en la ejecutiva. Nada de eso existe ya, AP fue reprogramada y convertida en PP, con metodología y equipos completamente renovados; y el fiasco Almunia, que vio cómo Borrell le ganaba unas primarias, puso punto final a una idea que significaba democratizar internamente el partido.

Los equipos ejecutivos de nuestros partidos políticos los designan los presidentes o secretarios generales y de organización en función de sus simpatías personales, y las listas electorales las encabezan quienes tienen más influencia en las áreas de poder. Tanto en los partidos nacionales como en los nacionalistas se encuentran en lo alto aquellos dispuestos a ser dóciles con los que mandan, y se han quedado fuera de juego muchos de los mejores. Y desde luego los españoles no tienen capacidad de decidir sobre cuéles son las personas más indicadas para representarlas en el Gobierno y en el Parlamento, eligen entre aquellos que la dirección de los partidos quieren que elijan. Que no siempre son los más preparados y los más capaces.

Nos queda mucho camino por recorrer antes de que la política y los gobiernos estén en manos de aquellos a los que los ciudadanos prefieren.

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