La tribuna

Alfonso Ramírez De Arellano

Prevenir desde el Sur

TODOS los seres humanos poseemos un sistema inmunológico inteligente que es capaz de aprender de la experiencia. Cuando nuestro sistema toma contacto por segunda vez con algunos patógenos los reconoce y los ataca con mayor eficacia. Con el tiempo nuestro sistema inmunológico se hace más especializado y sofisticado.

Hay muchos factores ambientales y genéticos que influyen en nuestra competencia inmunológica. Pero no menos importante es nuestro estilo de vida. Con nuestra conducta podemos mejorar su funcionamiento o dificultar su labor. Entre las conductas que lo fortalecen se encuentran la alimentación saludable, la ausencia o el consumo moderado de sustancias psicoactivas, evitar en lo posible la exposición a la contaminación, evitar el estrés, hacer ejercicio y, muy probablemente, los mimos (dar y recibir afecto), reír y unas relaciones sexuales satisfactorias. Estas actividades tienen múltiples ventajas, desde hacernos sentir bien hasta prevenir enfermedades. En cambio, el estrés y la depresión debilitan nuestras defensas, además de empobrecer nuestra calidad de vida.

Las enfermedades que causan mayor mortandad e invalidez en el llamado mundo desarrollado están muy condicionadas por el estilo de vida que llevamos: las vasculares, los accidentes, algunos tipos de cánceres, etc. En todas ellas nuestra conducta es fundamental. Lo es para evitar adquirirlas, o sea para prevenirlas, y lo es para intentar curarlas o limitar sus daños cuando se adquieren.

Un caso paradigmático es la infección por el VIH y el sida. Su prevención depende fundamentalmente del uso de profilácticos en las relaciones sexuales y de no compartir jeringuillas. Pero, una vez infectado, también es muy importante lo que hagamos. Es importante detectar precozmente la infección, llevar una vida sana y cumplir estrictamente el tratamiento. O sea, que frente al síndrome de inmunodeficiencia adquirida debemos ser lo más competentes posible desde el punto de vista conductual e inmunológico. Algunas personas parecen ser excepcionalmente competentes, ya que habiendo sido infectados no han desarrollado la enfermedad en veinte años o más.

Pero si todo consiste en observar unas determinadas pautas (usar preservativo y material estéril de inyección) y en realizar unas actividades que pueden ser muy agradables, ¿por qué la gente no cambia su conducta?

En primer lugar, porque algunas de las conductas de riesgo reciben un refuerzo inmediato muy importante; en segundo, porque muchas de ellas crean adicción y, en tercer lugar, porque todo intento deliberado de cambio puede despertar una resistencia de igual magnitud, sobre todo si amenaza el propio estilo de vida, aunque éste sea insatisfactorio.

En el Sur habría que añadir, además, una especie de escepticismo respecto a los mensajes de control de la conducta por parte de la Administración. Una actitud que a veces es calificada de ácrata, otras de liberal y otras de pura desconfianza pueblerina. Aquí se puede aplicar el Principio de reactancia de Brehm, según el cual "las personas actuarán en contra de una fuente si consideran que dicha fuente pretende limitar su capacidad de elección".

Así pues, las campañas de salud deben ofrecer alternativas, no limitarlas. Deben proponer cambios cuyos beneficios se perciban de manera inmediata y no sólo promesas de salud para el futuro. El concepto de ahorro a largo plazo no funciona con los más jóvenes. También sería conveniente ir vinculando el concepto de salud con el del placer y la satisfacción personal, alejándolo de las prohibiciones y castigos. La culpa, vinculada históricamente a la enfermedad como consecuencia del pecado en la cultura católica, no es la mejor estrategia preventiva. Tampoco el concepto de planificación relacionado con la salud es inocente, ya que adquiere un significado diferente según las culturas. Lo que a unos les puede parecer un orden racional a otros se les antoja como vivir rodeados de restricciones y amenazas.

Posiblemente, desde una perspectiva mediterránea sería más efectivo vincular los objetivos de salud pública con el arte de vivir y convivir de manera agradable que con el control público de las conductas. También con la estética. En Andalucía, al menos, hay comportamientos feos y bonitos. Para los andaluces es importante ser elegantes, tener gracia y sensibilidad. Para que la promoción de la salud tenga éxito en el Sur hay que relacionarla con el disfrute y la belleza antes que con la culpa y la responsabilidad.

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