La denuncia de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) sobre las presuntas presiones que Podemos ha ejercido sobre los informadores encargados de realizar su cobertura informativa ha sacudido esta semana los círculos políticos y mediáticos de todo el país. Inmediatamente troles de las respectivas cavernas se han lanzado a vomitar en ese burdel en el que cada vez más están convertidas las redes sociales su bazofia en contra o en contra de unos y otros. La ocasión ha servido también para demostrar que el periodismo es un oficio en nada corporativo, salvo para que algunos se llenen a boca en defensa de los principios irrenunciables de libertad e independencia. También nos ha mostrado a políticos de toda laya y condición defender posturas contrarias a las que aplican a diario. Todo muy edificante.

De todo lo leído estos días me quedo con una columna de Gumersindo Lafuente en la que hablaba de las presiones como algo consuetudinario al oficio de periodista y en la que decía que si en Madrid las hay cuánto no deben/debemos sufrir los periodistas de provincias. Hace muchos años que decidí que ser periodista de provincias es uno de los oficios más gratificantes. Contarle a los lectores lo que ocurre en su entorno más cercano, en su centro de salud, el colegio de sus hijos o su calle me parece cada vez más útil en lugar de pontificar sobre el sexo de los ángeles de la política que se cocina en Madrid. (Será que me estoy acatetando). Como decía Juan Manuel Marqués en estas páginas el viernes, en estos años de ejercicio profesionales he vivido presiones de concejales de todo tipo, alcaldes y alcaldesas, consejeros, presidentes de clubes de fútbol, cofrades e incluso de algún que otro obispo. Todo ello no ha hecho más que confirmarme que no estaría haciendo mal mi trabajo y que mis redactores -los verdaderos héroes que conviven con esas tensiones- estaban haciendo mejor aún el suyo. Un periodista está para contar aquello que precisamente nadie quiere que se cuente. Ahí radica nuestra razón de ser, en ser mosca cojonera. Cuanto más, mejor.

Sin embargo, lo que radica en el fondo de la denuncia sobre las presiones de Podemos es diferente. No es que te llamen o te insulten en las redes, es que lo que se pone en peligro es el concepto mismo de la libertad para contar lo que uno cree que debe hacer. Pablo Iglesias y los suyos han puesto en marcha una campaña según la cual ellos son los que reparten el carné de periodista riguroso y veraz. Todo aquel que no se alinee con sus postulados es un vendido al capital, un cobarde o un mal profesional. Así de claro. Un partido que lamina y liquida políticamente a los cabecillas de la disidencia interna y que utiliza sus propios medios afines para contar la vida según la ve no parece el más indicado para repartir certificados de pureza. En algunos casos, Podemos demuestra un total desprecio por la libertad de prensa, por la existencia de diversas líneas editoriales y por los profesionales que se dedican a este oficio. Eso es lo que se denuncia, más allá de insultos o palabras concretas. El asalto a las libertades conseguidas y la defensa del pensamiento único. Pero quedémonos con el lado bueno. Señores de Podemos y demás partidos, sigan ustedes presionando. Eso demostrará que el periodismo está bien vivo frente a lo que algunos quieran hacer ver. Y mientras eso sea así uno siempre estará dispuesto a seguir ejerciendo de mosca cojonera.

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