La tribuna

Emilio Gónzalez Ferrin

Porca fiebre

VIVIMOS tiempos de completo desprecio por el fenómeno religioso. Llega a tal punto la falta de respeto hacia tantos siglos de tan fecunda historia de las ideas que ahora va a resultar incompatible la religión con el sentido del humor, con la educación cívica, con la compasión y el perdón. Entre integristas anti-viñetas, chupa-cirios metidos a pedagogos y religiosos volcados a la cosa jurídica y política, ya no hay quien entienda por qué se le ocurrió un día a nadie perder la mirada por el celeste nocturno y preguntarse de dónde viene la música.

Por comenzar de nuevo: vivimos tiempos que convierten religiones en formas de comer -cerdo, vaca, bebidas alcohólicas- y convierte formas de comer en religiones: ser vegetariano, por ejemplo, se eleva a rango de valores cósmicos, en tanto se distingue al creyente de uno u otro cuño por el menú que elige en el avión.

En Israel, puede uno ser transexual y representar a su país en Eurovisión -por cierto, ¿por qué participa Israel en Eurovisión y no el Líbano, por ejemplo?-; puede uno ser rabino y emular a Sister Act -véase en Youtube el magnífico rap a Jerusalén de Matisyahu-, puede uno escandalizar al personal dirigiendo una película sobre gays en el ejército -véase Yossi & Jagger-; pero que ni se le ocurra a uno poner queso en la hamburguesa. Ni se le ocurra a uno meter en la misma nevera la leche y la carne.

En el Golfo Pérsico puede uno dejarse ocupar por tropas extranjeras, despilfarrar en circuitos de velocidad cuando el colectivo musulmán es el que cuenta con más millones de pobres de las tres religiones en danza; puede uno estar en la cima de la información digital, poseer clubs deportivos europeos. Pero que no se le ocurra a nadie tomarse una cerveza o una chuleta de cerdo, algo aplicable a la India y la modernidad de su Silicon Valley en Bangalore, pero se patrulla por los barrios a ver si se está comiendo vaca.

Puestos a ello, creo que se está desperdiciando una gran baza evangelizadora: hazte cristiano; al menos, podrás comerte una hamburguesa con queso y una cerveza. O un tournedor con un tinto; exquisiteces marginales que no deberían obstaculizar en el histórico discurrir de las religiones, so pena de buscar abiertamente anquilosar la cosa: Darwin tenía razón; adáptate al medio o quédate en dinosaurio. Ese magnífico sincretismo evolutivo es especialmente sonoro en nuestra parte del mundo: aquí, en alegoría cultural, hemos inventado el pinchito moruno hecho precisamente con carne de cerdo. Y no se piense que trivializo: detrás de la percepción de la religión como carcasa costumbrista vendrá el descubrimiento de su vacío y su fácil ruptura. Sólo el avance hacia una ética universal validará los siglos de evolución de ideas religiosas, pero no parece ser el rumbo elegido por los que Max Weber llamaba "monopolizadores de las vías de salvación", ya sean ulemas, rabinos o arzobispos.

El evidente desprecio a la esencia -personal e intransferible- del sentido religioso es probablemente una derivación de la universal obsesión corporativa y formal. Es célebre aquella entrevista de Hanna Arendt con su rabino: ella acudía porque tenía sus dudas sobre la existencia de Dios y le preocupaba porque quería ser una buena judía. El rabino le contestó que daban igual existencias o no; que cumpliese las prescripciones de la Toráh y sería una gran judía. En definitiva: formas que -por mucho que se juegue con las palabras- no crean tanto contenido como pensamos. Está bien la filosofía de Bruce Lee y el modo en que el agua se convierte en tetera al meterse en ella. Pero ese no era el objetivo primordial del agua.

El último contradiós proviene de Egipto: los cristianos coptos -unos diez millones y esencia de egipcianidad desde los faraones- se están viendo seriamente afectados por el golpe de pecho gubernamental ante la epidemia de fiebre porcina. Por más que la Organización Mundial de la Salud ha aclarado que es una enfermedad de contagio personal con un foco porcino localizado, Egipto ha inicado una absurda campaña de eliminación de las cabañas porcinas, con la consiguiente indignación cristiana.

El celo exterminador de cochinos conlleva resabios de discriminación religiosa; los cristianos egipcios recuerdan que el sacrificio de animales no se llevó hasta sus máximas consecuencias con la fiebre aviar. La excusa de la fiebre se está convirtiendo en una vuelta de tuerca más contra la tolerancia religiosa en un país y un espacio islámico que no parecen comprender aquello que decíamos al principio: que la música no proviene de la cocina.

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