La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Podemos escoge la peor opción

Los militantes han escogido un Podemos radical y antisistema, con el que no se puede llegar al poder en la sociedad española

Después de que Pablo Iglesias procediera a sustituir a su amigo Íñigo por su novia Montero como portavoz parlamentario y a la espera de otras purgas entre los perdedores del congreso podemita, me apresuro a decir que en su segunda asamblea Podemos ha elegido la mejor opción. La mejor opción para consolidar el bipartidismo de la política española. Gran paradoja.

Por un lado, Podemos ha salido de Vistatriste II más empobrecido de lo que salió de Vistalegre I: menos plural, más dogmático, con más de un tercio de sus integrantes remando en dirección contraria. También más jerarquizado y caudillista: con un secretario general facultado, y dispuesto, para ejercer como General Secretario. El congreso ha dado poderes a Iglesias para consultar directamente a las bases, sin permiso de los órganos colectivos, y para disolver, manu militari, agrupaciones territoriales.

Si en lo orgánico la cosa ha ido mal, en lo ideológico y político ha sido peor. El Podemos de 2017 se ha consagrado como un partido decididamente antisistema, más volcado hacia la lucha callejera que a la gestión política en las instituciones -nada épica, pero quizás más útil para la gente- y obsesionado por superar al PSOE y convertirse en el referente hegemónico de la izquierda. Es curioso: da la impresión de que Podemos ha engullido a Izquierda Unida... asumiendo el espíritu radical y vocacionalmente minoritario de la última Izquierda Unida.

Mi tesis es que una formación política de estas características tiene un techo insalvable en la sociedad española contemporánea. Puede lograr éxitos electorales parciales y cuotas de poder compartido en municipios y comunidades, pero no imponerse con una mayoría de votos en un país de clases medias reacias a las aventuras y que se encuentra, incluso en medio de la crisis, entre los veinte más prósperos del mundo. Esta afirmación ha pasado ya al menos una prueba: en las elecciones generales de junio de 2016, la candidatura de este Podemos tremendista, saboteador del pacto con los socialistas y aliado de IU tuvo un millón de votos menos que el Podemos ilusionante y desconocido de diciembre de 2015.

Pero así lo han querido los inscritos (antiguamente, militantes y simpatizantes) de Podemos, que vitorearon sobre todo al comisario Monedero, el estalinista Monereo y el insumiso Cañamero. No es lo que necesitan varios millones de votantes ni lo que atraería a unos cuantos millones más, sin los cuales no se puede gobernar en España.

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