¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Plurinacional

Sánchez e Iglesias venden patrias como otros mercadean con crecepelos o estimulantes del vigor

Plurinacional es la palabra de moda en la izquierda española. La pronunció Pedro Sánchez en Barcelona y el ciclón Susana Díaz quedó en calma chicha. Ahora, tras la moción-lapa de Pablo Iglesias, parece claro que el inelegante vocablo será la piedra angular sobre la que se intentará levantar el pacto de izquierdas que desaloje al PP del Gobierno.

Para Sánchez y Pablo Iglesias no se trata de acabar con las patrias, como dictaba el viejo canon de la izquierda fundacional, sino de todo lo contrario, de multiplicarlas hasta volver a ese abigarrado mapa de los pueblos prerromanos de nuestros años escolares. El proyecto plurinacional es históricamente regresivo, algo que no cuadra con el presunto carácter progresista de sus impulsores; parece más movido por el oportunismo táctico (aprovechar los votos que puede proporcionar la convulsa situación catalana) que por la convicción ideológica. En ese sentido, Sánchez e Iglesias venden patrias como otros mercadean con crecepelos o estimulantes del vigor.

La fantasía tribal siempre ha estado presente en el pensamiento político español, desde Pi y Margall hasta Herrero de Miñón. Sin embargo, la única vez que se intentó llevar a la práctica de una manera plena y consecuente, durante las cantonales, España vivió uno de los capítulos más hilarantes de su historia que estuvo a punto de acabar con ella para siempre. Tras la unitaria primera restauración, el autonomismo asimétrico de la II República y el prietas las filas del franquismo, la democracia ensayó una nueva senda territorial, la autonomía-racimo, el "café para todos" con el que se pretendía, entre otras cosas, dos objetivos fundamentales: acabar con la tensión nacionalista en algunas regiones y calmar el ansia de poder de las élites locales, que estaban hartas de que el absentismo madrileño mangonease sus campos y ciudades. Ahora, la izquierda en bloque vuelve a decir que la solución está en la "plurinacionalidad del Estado", pero no terminan de explicar en qué consiste ese vocablo más allá de la claudicación ante los nacionalismos xenófobos de las autonomías más ricas, ni nos proporcionan el listado de las naciones que se supone componen España. Mucho nos tememos que no se atreven, porque detrás del término plurinacional se esconde una pregunta que siempre ha obsesionado a la medrosa clase política española (incluso durante el franquismo): ¿cómo hacemos para seguir con los privilegios de Cataluña y el País Vasco sin que se note demasiado?

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