Referéndum tiene un plural complicado. Hace cuarenta años (el jueves harán cuatro décadas de las primeras elecciones), en España sólo sabían de democracia los exiliados y los emigrantes; los demás carecían de las lecciones prácticas. Cuarenta años después hemos aprendido, por ejemplo, que las diferencias se deben resolver mediante el diálogo entre unas partes cuya fuerza depende del apoyo popular, y que no es aconsejable recurrir a las urnas para evitar estos consensos, aunque sean tediosos de conseguir. David Cameron convocó un referéndum para la salida del Reino Unido de la UE porque quería hacerse fuerte en su partido frente a los euroescépticos y los populistas del UKIP (lo más parecido a los Roper), pero lo perdió, tuvo que dimitir y dejó a su país expatriado de su continente. Su sucesora, Theresa May, adelantó las elecciones para ser aún más fuerte, pero ha perdido la mayoría absoluta: si no ha dimitido es porque pondría al Reino Unido al borde del caos. Cualquier Gobierno que hoy se enfrente a un referéndum lo pierde, cualquier adelanto electoral esconde un riesgo imprevisible que no ven los sondeos. Mariano Rajoy y dos diputados más por Canarias van a alargar esto hasta que toque, 2019 o principios de 2020. Vienen tiempos de bonanza y la Generalitat se ahogará en su propio referéndum.

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