Surcos nuevos

Jaime De Vicente Núñez

Pequeña historia del fútbol

DESDE el miércoles pasado, fecha en la que el fútbol más selecto volvió a los estadios y, para la mayoría, a las pantallas de la televisión, vengo pensando en dedicar este artículo semanal al llamado por estas latitudes deporte rey. A lo largo de estos días, mi cerebro ha ido seleccionando y poniendo a mi disposición conceptos que considera ligados al fútbol: deporte, juego, espectáculo, negocio,... Aparece también una conexión que los relaciona con estos otros: competitividad, manipulación, alienación. A partir de ahí, la labor de redactar el artículo debía ser sencilla: se trata de repartir en el texto las siete palabras de forma coherente y no sobrepasar los 2.500 caracteres. La dificultad puede residir en esto último, pues ya he agotado la tercera parte del espacio disponible y, como quien dice, aún no he entrado en materia.

Los vocablos juego y deporte nos remiten a los orígenes, cien años atrás. Solo juego y deporte era entonces el fútbol (además de un anglicismo) o balompié, como decían los puristas. O sea, actividad física con finalidad recreativa y saludable, entrenamiento para mejorar las habilidades del manejo del balón, competición en la que se gana unas veces y se pierde otras, el ímpetu personal controlado por la estrategia del equipo. A medida que el juego se iba haciendo más popular, al placer del que lo practicaba se fue uniendo el de los que lo contemplaban y que, por razones a veces difíciles de precisar, tomaban partido por uno u otro equipo. El fútbol se estaba convirtiendo paulatinamente en un espectáculo que, a medida que su popularidad crecía, convertía a los futbolistas en profesionales, cuyos sueldos salían, lógicamente, de los bolsillos de los espectadores. En una etapa posterior, con la publicidad, los sueldos llegarían para los privilegiados a niveles estratosféricos y empezaríamos a pagarlos el conjunto de los ciudadanos. Ese era el negocio.

Apenas me queda espacio para introducir los conceptos restantes: la competitividad o rivalidad, casi siempre exacerbada; la manipulación, por la que nuestras aficiones y pasiones son desviadas desde lo que sucede en los campos de juego a cuestiones extradeportivas, no pocas veces de mal gusto; finalmente, la alienación, ese insidioso proceso por el que una colectividad transforma su conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que cabría esperar de su condición, en nuestro caso, la de seres racionales. El artículo termina, pero queda amplio espacio para la reflexión de todos nosotros.

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