Quizás se requiera de una mayor perspectiva para juzgar los penosos acontecimientos del pasado sábado en Barcelona. Pero urge analizarlos aunque resulte enojoso ocuparse de tan bochornosos sucesos. La manifestación contra los horrendos atentados de la ciudad condal y Cambrils fue tan decepcionante como vergonzosa, tan infamante como mezquina por parte de quienes instrumentalizaron el homenaje a las víctimas de la masacre, convirtiéndolo en una muestra de radicalismo extremo y expresión virulenta y premeditada de un independentismo de corte fundamentalista e intransigente. Toda invocación a la unidad, a la solidaridad, al agradecimiento a cuantos colaboraron denodadamente en ayudar a heridos, a quienes huían del terror de los desalmados criminales, que en muchos casos no era más que el cumplimiento de un deber cívico y una misión profesional, en esta ocasión agravado por tan trágicos hechos, han quedado defraudados por la acción de un boicot intolerable, de un gesto de insultante secesionismo que traiciona un sentimiento generalizado, proclamando intereses espurios y despreciables.

El nacionalismo ha demostrado a lo largo de la historia su cara más execrable, su detestable gesto excluyente, insaciable, insolidario y retrógrado. Mario Vargas Llosa en su magnífico libro El sueño del celta pone en boca de uno de sus protagonistas que los nacionalismos "son un retroceso hacia el provincialismo, el espíritu de campanario y la distorsión de los valores universales". Es inadmisible que los nacionalistas catalanes con su eterno discurso victimista y recalcitrante, expresado habitualmente por los grupos más radicales cercanos al más ignominioso antisistema, recurrieran a pancartas donde se leía entre otras soeces expresiones "vuestras políticas son nuestros muertos". Como si sus viles afanes independentistas les permitieran apropiarse de las víctimas para justificar sus ilegítimos propósitos.

Es una mezquindad inconcebible, una miseria política y humana deplorable, que unos mandatarios que presiden las más altas instituciones catalanas, compartan lo que no fue más que una burda instrumentación de una manifestación de repulsa y condena al terrorismo en una humillación al Rey de España y al presidente del Gobierno. Una escandalosa afrenta a la Constitución y a la voluntad del pueblo, que respeta nuestra Carta Magna y la mayoría democrática. Que son nuestro Rey y nuestro presidente aunque no coincidan con los criterios políticos de cada uno. Muchos, que en cualquier lugar hayan contemplado tan inquietantes imágenes, habrán quedado anonadados por tan denigrantes comportamientos. La habitual argumentación de la libertad de expresión queda en entredicho. Ya es hora de que a muchos se les caiga la venda de los ojos sobre el catalanismo de quienes se sirven de tan terroríficos sucesos para enarbolar intereses bastardos y se ataque a gobernantes legítimos sin una palabra de condena a quienes fueron los responsables de los crímenes.

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