Silla de palco

José Antonio / Mancheño

De Pascuas a Ramos

Acaba el ciclo de la Semana Santa y se inicia el camino de Pentecostés, donde el Espíritu de Dios viene a manifestarse en esa inmensidad de las arenas. Finaliza la Pascua pasiosionista y comienza el gozo santificador del Rocío ante miles y miles de peregrinos.

Llegado el estío, será el mar el que nos abra la brisa del Carmen marinero y, algo después, Huelva se abrazará a la Cinta, patrona y madre que reina en el Conquero, a compás de la Salve que entonan sus campanilleros.

En otoño, los santos saldrán a nuestro encuentro para rememorar el día en que alcanzaron la gloria y, de un salto, oiremos desde la Concepción repicar las campanas al eco de la Octava de la Inmaculada para iniciar la senda hacia el periplo navideño, cuando Jesús renace en nuestros corazones y el hombre, por un instante, paraliza sus ansias y se acoda en su paz.

Luego vendrán los Magos que adorarán al Niño y colmarán la inocencia de sueños y regalos para finalizar con la festividad de aquel tribuno, Sebastián, que se alzó como el gran protector de la ciudad frente a San Roque y nos libró de la epidémica peste.

Hemos cerrado el círculo sin que algo tan inmaterial como la fe se ausente del hacer cotidiano y nos revele un calendario litúrgico donde la vida tiene un canon y un credo.

Al tanto, los pueblos de nuestra geografía celebrarán dichosos sus romerías en un devocional encuentro con la Virgen en cada una de sus advocaciones: Piedras Albas, Del Prado, Coronada, Montemayor, La Peña, Angustias, La Bella, Clarines, Los Milagros, etc. Toda una sucesión de fervores y amor mariano.

Ahora debiéramos preguntar a los profesos laicistas si estiman pertinente arrasar las tradiciones y costumbres seculares, si hemos de renunciar al legado religioso de nuestros mayores, si debemos desterrar nuestra cultura milenaria y nuestro patrimonio inmemorial, si, en definitiva, estamos condenados a la desesperanza, lo profano y meramente biológico, si únicamente somos una suerte de andamio terrenal sin cimientos morales.

La sombra que nos vela es tan larga que ocupa toda nuestra existencia, desde el nacer hasta el morir, siglo a siglo. El tiempo se recrea en una historia indisoluble. Son las manos que van a encontrase en la cúpula de la Sixtina.

De nuevo volvemos a atravesar la misma senda. Esa que inunda, durante siete días, los rincones ocultos de nuestra devoción: de Pascuas a Ramos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios