Empieza este mes primaveral con la amenaza histórica de los idus de marzo, que en tantas otras ocasiones han erizado la actualidad de pueblos y gentes con un panorama que mantiene, queramos o no, la incertidumbre, la zozobra, el desasosiego y a veces el sobresalto, ante una realidad inquietante. Es difícil poner en orden las ideas con el desbarajuste que vivimos cuando cada día surgen nuevas complicaciones, conmociones y desafueros. Ya dijimos aquí hace tiempo que muchas cosas se nos han ido de las manos. Nos amargan y nos confunden las consecuencias de tanta dejación y abandono. Parece que los partidos en lugar de contribuir a una armonización de la convivencia política en un ejercicio democrático correcto, se empeñaran en emporcar la cancha política al servicio de sus intereses partidistas y particulares que no son, precisamente, los más edificantes y constructivos.

En un tenebroso mar donde se agitan los negacionismos, los revisionismos, el odio, el desprecio, el revanchismo, la memoria histórica de carácter selectivo y discriminatorio, el nacionalismo excluyente en su más radical y cínica versión, la distopía totalitaria, movidos por las corrientes difusas, las equidistancias más sospechosas, la relativización de la corrupción dependiendo del partido que la perpetre, la distorsión deliberada de la verdad, la manipulación de creencias y emociones y otros postureos acomodaticios de cierta izquierda mediática, las brechas salariales y de las pensiones, las absurdas guerras de idiomas, himnos y banderas… la errática actitud de los partidos no contribuye a promover la concordia, el normal juego democrático y por lo tanto la acuciante necesidad de regeneración y de equilibrio político para resolver los auténticos problemas que aquejan actualmente a España.

Y a ello no contribuye ni el partido del Gobierno, dando palos de ciego con su pasmosa debilidad manifiesta, sin convicción en momentos trascendentales y determinantes ni su aparente socio, Ciudadanos, un recién llegado que se permite dar lecciones políticas y posturas inquisitoriales para condenar hoy lo que mañana defiende, dando bandazos a diestro y siniestro, algo de lo que saben mucho los socialistas, ahora bajo la aureola caudillista de Pedro Sánchez, que tiene indignados y divididos a muchos militantes por su veto a Elena Valenciano como presidenta del Grupo Socialista Europeo -se habla de venganza- ni, por supuesto los podemitas con su errático radicalismo y su leninismo militante, contumaces y reminiscentes en su caza de brujas y sus purgas… Y no digamos los nacionalistas catalanes -han caído 8 puntos en la estimación de voto-, excluyentes y engreídos, en su interminable laberinto cínico, falsario con su irritante victimismo fanático. Inservibles mimbres para el cesto que España necesita. Y en este incierto panorama uno contempla con pena y estupor cómo en la esfera política de nuestro país, salvo raras excepciones, manca finezza.

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