H style="text-transform:uppercase">ace unos años existía un anuncio en una televisión local que decía: "Si no sabe usted dónde está la Piterilla, usted no es de Huelva". Era ingenioso. Hoy yo les diría; "Si no lleva un palmito en la mano, los deshoja y se come la cabeza, usted ni es de Huelva, ni sabe que estamos en el día de san Sebastián".

Es curioso cómo las tradiciones perviven a los años y a las personas. Nosotros, los choqueros de verdad, no podemos pensar un día de nuestro Patrón sin la presencia de un palmito. Sin la ilusión de un niño desojándolo y extendiendo entre sus manos ese largo velo que como dorada capa envuelven las hijuelas (para nosotros las abuelas).

La figura del palmito como fruta silvestre y amarga con la sorpresa envuelta en esa tela sutil y transparente, es como una oración sencilla de nuestra tierra a su santo Patrón, envuelta en recuerdos de aquellas huertas que desde la calle San Sebastián partían para el cementerio viejo y sus alrededores.

Bien es verdad que para las nuevas generaciones la fiesta del Patrón se presenta distinta a las nuestras de hace muchas décadas. Pero hay algo en común que las une en un abrazo de tradición, devoción y alegría: los palmitos.

Yo siempre los buscaba en la puerta de la Tertulia del Litri, junto a la plaza de San Pedro, donde esperaba el paso del santo entre aclamaciones y sones de la Banda Municipal dirigida por don Manuel del Castillo. Cuando la procesión ya se iba para su ermita, las calles del recorrido quedaban alfombradas de los restos silvestres que horas antes emulaban en su tamaño y número de frutos internos.

¡Qué cambio de tiempos...! Hoy se quiere la sofisticación, la ampulosidad, la fiesta que ensordece... Pero cuando llega la procesión del Patrón, todo se hace sencillo, íntimo, devoto. Y el mártir romano, atado al árbol, muestra a Huelva sus flechas de dolor y protestación de la fe de Cristo, como ejemplo para todos nosotros.

Me pedía la mente que escribiera recuerdos de antaño. Pero no. He cedido a una oda humilde llena de ternura choquera en la presencia ante nosotros de ese protagonista de la tierra, que nos eleva al otro del cielo romano asaeteado y vivo en nuestro corazón.

Para muchos, hoy el palmito es una parte importante de la fiesta que celebramos. Es la esencia de nuestro sentimiento localista, de nuestro entorno. A veces creo que es como un patrimonio más de la vieja Onuba. De la vieja Onuba, no de la de los fosfoyesos, los nobles edificios abandonados y la de la desidia. En fin, San Sebastián, todavía te queda mucho trabajo en tu pueblo marinero y campesino y eterno en su parsimonia.

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