Estamos habituados a que los aficionados al fútbol exalten a su equipo no describiendo sus méritos, sino por ataques al contrario. A que en política, se acuse de corrupta o deshonesta a cualquier persona que se dedique a ella, sin ningún conocimiento ni pudor. O a que los mal llamados "animalistas" zahieran a los aficionados a los toros impunemente. A que las redes sociales se hayan convertido en un cobijo para las personas fanáticas, incivilizadas y zafias. A que se eche mano de la libertad de expresión como si fuese un paraguas que protegiese y justificase cualquier manifiesto.

Por todo ello me resulta incomprensible que, en este contexto de excesos, haya quienes vean un problema (velado, eso sí), el opinar de forma distinta a lo que juzga un grupo de personas "expertas". Me refiero a esa tendencia, liderada por unos cuantos críticos de cine, arte o literatura, que incita a expresarse siguiendo unos cánones (establecidos por ellos, claro está). Me refiero a esa predisposición a dividir a la población en dos grupos, cultos e incultos, bajo los criterios impuestos por los primeros.

Así, es obligatorio ver Moonligth, por sus Oscars y Globo de Oro, cinco estrellas de cinco, y calificada por los más famosos expertos como "fluida", "delicada", "insólita", o de "belleza quebradiza". Si la película te aburre y entiendes que puede contarse mejor, si no encuentras acertada la música y ni siquiera la interpretación, es que no sabes nada de cine. Menos mal que hay una solución si esto llegase a convertirse en un problema. Si te acusan de que no "has captado el mensaje", memoriza dos o tres adjetivos de los que usa Boyero (el crítico de cine) y triunfarás.

En el arte contemporáneo, ¿cómo confesar que no te dice nada una obra de Campbell? Se convierte en obligatorio utilizar dos calificativos de los más usados por los críticos: "viscosa" o "aterradora" y ya está. En cuanto a la música, los hay que se empeñan en denominar "música culta" solamente a la que ellos cultivan, ignorando que sólo con el sobrenombre ya discriminan a otras.

Reivindico el poder confesar en libertad que me divierten las películas de Paco León, que me emociona la música de Manuel Carrasco y que sigo admirando los cabezos pintados por Pedro Gómez. Qué paradójico que en pleno apogeo y convencimiento del valor de la libertad, la sociedad vaya dirigiéndose hacia ese pensamiento "unidireccional", que decía Marcuse, que impide la reflexión y la decisión personal.

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